De: M. Cancio
Date: 02/12/2006
He podido escuchar en mp3 la conferencia sobre el Toro de la Vega pronunciada por varios torneantes el pasado miércoles, dentro de las jornadas de la Federación Taurina Vallisoletana. Allí propuso el antropólogo Honorio Velasco que el toro bravo es un animal doméstico, pues el carácter bravura que le caracteriza se debe a la acción antrópica : es bravo gracias a la intervención del hombre. Esta hipótesis, mantenida por Julian Pitt-Rivers, mueve a equívocos. Se viene esparciendo la idea walt Disney de que el bovino, como rumiante, es de natural huidizo y pacífico, siendo el toro de lidia obra pérfida del hombre contra natura, al hacer fiero lo que la naturaleza hizo manso; el planteamiento no resiste el menor envite experimental. Este jugoso ejemplo contemporáneo bastará para demostrarlo : Comenzando el año 2003 falleció un ganadero en La Cabrera, zona montuosa y agreste; su ganado –manso de solemnidad- quedó abandonado por el monte y empezó a causar problemas; al principio, meramente sanitarios y económicos, afectando a los cultivos, pero conforme avanzó el tiempo se convirtieron en problemas de seguridad : atacaban; y sufrir una embestida por aquellos vericuetos era ya asunto de peligro. Se enmascaraban silenciosamente en el robledal y podían salir sorpresivamente contra la víctima o huir monte adentro. Un ganadero trató de resolver el problema pero fracasó ante la bravura de los bichos. Luego se pretendió mover y cercar el ganado; no hubo forma. ¿quién ponía el cascabel al gato?; al final, tuvieron que ser cazadas con arma de fuego, lo que a su vez dio lugar a la chafarrinonada de la eurodiputada Soraya Rodríguez protestante en el parlamento europeo sobre el modo de resolver la cuestión; la Junta, en vez de armar a la eurodiputada con una pica de clorhidrato de xilacina y enviarla al monte a dormir vacas, se puso nerviosa; los alcaldes de Benuza y Llamas apretaron y el caso dio qué hablar una temporada. Todavía hoy no se tiene la seguridad de que todos los animales hayan sido muertos, así que el amante de la naturaleza que pasee aquellos andurriales hará bien en llevar muleta y estoque o buena escopeta o eurodiputada de escolta. El hecho demuestra que la domesticación no pasa de ser un pacto hombre-animal del que ambos obtienen beneficio y que una vez roto, el animal torna a su natural en muy poco tiempo. Resulta así que la fiereza en el bovino es un rasgo de su carácter imprescindible para mantenerse en el ecosistema; al ser la pieza de caza más codiciada por los carnívoros, o combate o es exterminada. Una cosa es la capacidad agresiva del toro o fiereza –calidad natural e intrínseca- y otra la modulación de esa agresividad para amoldarla al interés del torero, llamémosle bravura o toreabilidad. La fiereza se halla inserta en el genoma y puede ocultarse merced al trato con el hombre, pero sólo ocultarse; en cuanto cambie el entorno del toro, volverá a ser bravo; igual sucede con perros y gatos domésticos cuando se asilvestran. La bravura es cultivable marginalmente mediante procesos selectivos, pero nada más; no puede cultivarse sensu stricto, no puede aumentarse mediante entrenamiento, de modo que aún en este caso, hablar de domesticación, parece exagerar las cosas. En conclusión, particularmente, entiendo que el hombre utiliza el rasgo fiereza propio del bovino salvaje para sus fines ceremoniales, a veces lúdicos, interviniendo mediante la selección –únicamente- al objeto de mejorar rasgos peculiares de ese comportamiento. De ahí a aseverar que el toro es un animal doméstico, hay un abismo.