

Comenzaron las fiestas de la Peña con una función de tauromaquia
popular organizada por Toropasión que reunió a algunos de los
mejores toreros del momento para sortear cuatro toros en concurso
libre.
El
ganado resultó dispar. Dos animales de Mª Carmen Camacho bien
presentados pero vacíos, con ese tranco canguresco propio de lo
Domecq cocinado para la montera que no conecta con los tendidos ni
en broma, aunque su sencillez de comportamiento, rectitud en la
embestida y fuerza justa les hagan deseables si no se quiere tener
demasiados problemas.
Del tercer toro no logré entender el nombre de la ganadería pero
resultó el más aparente del encierro; bien armado, largo, bajo, algo
ensillado, duro, boca cerrada, vivo, rematador en tablas, sin apegos
ni querencias, tenía cierto aire a Conde de la Corte … en fin, un
buen toro para los lances del sortear, especialmente para quebrarle,
porque en el último tiempo de la embestida se lanzaba con todo por
delante, actitud que los buenos toreros presentes aprovecharon para
lucir.
El cuarto era un novillete de Hato Blanco, que si no
burriciego, sí necesitaba gafas. No sirvió.
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Respecto
a los toreros es de resaltar el altísimo nivel de todos ellos y dos
lances. Fue el primero un mortal de Eusebio Sacristán saliendo de
tablas hacia afuera, con el toro a 4 metros cerrándole la salida;
entonces, sin apenas tomar carrera, botó y rodó por el lomo del toro
que quedó desconcertado al darse contra la barrera.
El lance no sólo fue lección magistral de técnica y capacidad
física; también lo fue de examen para doctorado porque iba contra
todas las reglas. La plaza se puso en pie.
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Fue el
segundo un recorte comedido de Carlos Alonso, nuevo torero de la
villa de Pollos que acudió a Tordesillas acompañado de muchos
vecinos deseosos de verle medirse con los grandes y ante un público
que sabe de qué va esto. Veni, vidi, vici, Como Julio César en Zela,
llegó a la Providencia, vio el percal y se llevó el concurso.
Es de
advertir que el recorte que le valió triunfar se le dio a un toro
que no humillaba; es decir, que en todo momento tenía al torero en
su visión frontal y controlado; también es de advertir que no salió
de la cara antes de que el toro efectuara el cuarto tiempo de la
embestida, sino que fue saliendo precisamente al mismo tiempo,
pasando el pitón a milímetros de la camisa, demostrando un magnífico
control del espacio, del tiempo y del movimiento; incluso pareció
escucharse en la tarde amarilla y hermosa el roce de la queratina
contra la seda; y lo que es más importante, por lo general estas
soluciones de lance tan ajustadas, veloces y problemáticas suelen
efectuarse con movimientos bruscos; incluso con cierta afectación;
pues bien, Alonso entró, lanceo y salió conforme al modo castellano,
como la catedral de Valladolid, como el gran Jesús Sanz “Parri”,
pura austeridad, pura verticalidad. Los movimiento necesarios y
suficientes para plantear y resolver este teorema de regreso a los
orígenes que es el toreo a cuerpo y que le convierten en una raíz de
nuestra Cultura, aunque los pirulis de la Junta anden por ahí con
sus BICs monterados sin enterarse de qué van las cosas.
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La plaza fue primero un
grito de las mujeres; luego, un víctor general. El nuevo torero
ganaba en Tordesillas basándose en una técnica exquisita, un control
del entorno completo y la autoconfianza del que tiene fe; estas
capacidades unidas a la presencia en plaza, casi cisterciense, le
pueden llevar a lo alto del escalafón aunque es evidente que asume
elevado riesgo.
La
función resultó de interés más por los toreros que por los toros,
aunque como nota negativa hay que apuntar el accidente sufrido por
Saúl Rivera al efectuar un salto. Le deseamos la más pronta
recuperación.