CERRANDO EL AÑO EN LA GANADERÍA HERMANOS MAYORAL. 

 J. Ramón Muelas García

 foto: Jose Carpita & Ramón Muelas

 

 

     Amanecer del 30 de diciembre cayó una pelona de tal categoría sobre el puente de Tordesillas que la estatua del Toro Vega crió telarañas; eso decimos cuando las cencellas enmarañan las astas imponentes del Toro, blanquean sus lomos, dan –si cabe- aún más relevancia a los pliegues oculares de su testuz, ferozmente numantinos, y le hace babear iras mirante hacia la curva del Duero y el Palenque. Sucede muy de tarde entarde.
Nos dedicamos a retratarle concienzudamente porque desbordaba la belleza de lo fuerte en medio de la nada con sabor a mantequilla, del dogma en los tiempos de duda, de lo que tiene al cinto siglos de historia y aguanta impertérrito las dentelladas. Ese montón de metal somos nosotros y nosotros somos él, y la niebla tan densa como la mortaja de la duquesa de Sevillano nos funde y confunde a toro y torneantes en un mismo orbital. Es el Toro Vega, somos los castellanos, aunque cipayos y gabachos se molesten escuchando la palabrita.

     De tan metafísica manera comenzamos la visita que para cerrar año solemos hacer en Castronuño a la ganadería de los Hermanos Mayoral, y de tan metafísica manera la continuamos, porque el Duero mantuvo aferradas sus nieblas. Soleaba por Valladolid y la Tierra de Simancas o la de Medina, pero entre Toro y Tordesillas era otro cantar.
Todo blanco, la noche y la niebla helada habían vestido a cada cardo, a cada tamariz, a cada carrasca, incluso a cada mirlo, con un traje blanco de cristales de hielo; lentejuelas hexagonales imperfectas, todas parecidas pero todas distintas, parecían brillar a la escasa luz lechosa y verdusca que iluminaba La Carmona.

     Ya en la dehesa, bajamos despacio apartando las retamas heladas y atentos al menor ruido, tanto para no perturbar al ganado como para no darnos de bruces con alguna vaca parida o algún bicho enfadado. Bebemos el silencio mientras nos acercamos a una mano de bueyes que pacen aislados. Suena una esquililla que más parece la del santo viático que la de un changarro, pero no nos engañamos; el frío y la nevisca facilitan la transmisión del sonido de modo que lo que se escuchas puede proceder de focos lejanos; además, afina el timbre.

     Nos han visto. Saben que no traemos rancho. Nos ignoran excepto uno berrendo en negro salpicado capuchón, grandullón de largas patas, que se acerca.

- Prepárate para correr. Dice Jose carpita.

     No hace falta, debe ser el guardia de puertas porque nos reconoce, gira y regresa a la vaguada diluyéndose en la niebla.

     Más adelante para una mano de “limusines” y entre ellos, una vaca jabonera sucia a la que los años han encendido el rojo de su pelo; va herrada con la llave tordesillana de Valdegalindo; ella y tres congéneres es lo que queda de los jaboneros tordesillanos de los Puertas procedentes de D. Baldomero Villarroel; “puro Veragua”, que decía Eduardo, el vaquero de Villalar, al pie de un verdejo en la calle de San Antón mientras levantaba el índice como San Pedro.

     Otra pieza de nuestro patrimonio perdida, camina en hilera con las limusinas; ha amansado; antaño estas señoritas no permitían la menor familiaridad, hogaño pasan de todo, tal vez por intuir que el destino del choto que la preña será el matadero municipal de Salamanca y no las talanqueras de Ciudad Rodrigo. Parece que todo da igual, estas jaboneras habitaban el curso final del Zapardiel, el territorio de la bravura y aquellos prados valían una fortuna desde el siglo XVI; hoy se pudren esperando la limosna de una subvención -sin PAC nada existe- y temblando ante la siguiente melonada que se les ocurrirá a los agrícolas de Bruselas. Hay quien dice a modo de broma que la ministra fulanita va a proponer vacunar contra la tuberculosis, la lengua azul y alguna enfermedad más… ¡a los ganaderos!. Pretende evitar así posibles contagios al ganado.

     La torada anda revuelta y no por el lobo, que este año parece estar más pacífico, sino porque con -5ºC a eso del mediodía, es necesario comer. Si se miran las astas con detenimiento, son de color rojo, blanco y con los rodetes muy relevantes; es el frío intenso quien fuerza a amover la sangre donde más falta hace.
Los pelos de invierno confieren empaque a unos erales y utreros serios pese a estar encornados con poco aparato; lo que les falta de pala les sobra de gravedad en la mirada. Cosa de 16 ó 18 bichos se juntan en los comederos mientras un poco más arriba, dominando la pendiente, el semental y su dos escuderos nos piden el carnet resoplando, se mueven inquietos porque no nos conocen y sobre todo, porque el todoterreno del pienso no obra como de costumbre.

     ¡Qué duros son!. A pelo en plena meseta de hielo; sin una encina, algún hoyo o por lo menos repliegue del terreno que sirva de cortavientos cuando sopla del naciente ... No hay nada. Si les miras, enseguida concluyes que estas ante un ente diferente que funciona con patrones diferentes; hasta parecen haber superado a Darwin, pues les trae sin el menor cuidado adaptarse al medio, sólo rigen sus reglas escritas por la diosa Lisa, la de ojos de fuego y culebras por cabellera. Pueden perder un asta, puede partírseles un pitón, pueden tener quebrada la rodilla o la pezuña en carne viva; deberían huir para maximizar su probabilidad de adaptación/supervivencia; y sin embargo, atacan como templarios aún a rastras o dejando un reguero de sangre. Si son bravos, Lisa les inmunizará contra el dolor, sólo sentirán deseo de atacar y destruir; y ahí están entre la bruma, impertérritos.

     No podíamos marchar sin ver la señorial vacada de los Mayoral. ¡Vaya bichos!. Grandísimas, negras mulatas y tostadas, descubren varias configuraciones, desde lo ibarreño hasta lo atanasio. Tienen años, que es calidad necesaria para que los chotos salgan cuajados; y están bien alimentadas, que en esta época es milagroso. ¿Cuántos esqueletos voladores vemos por esas dehesas de Dios?, pues éstas están lucidísimas, lo que a la larga se nota en sus descendientes.

     Cerramos la mañana arreglando al mundo al pie de un vaso en Castronuño y pidiendo opiniones sobre el nuevo “reglamento de espectáculos taurinos” –que no se llamará así- mandado hacer por la junta del Patronato del Toro de la Vega; ya que el actual es inservible y de toros corridos saben los ganaderos, los cortadores, los atalancados, los caballistas .. y en fin, la gente que da al toro un uso ceremonial, ellos son quienes deben señalar el articulado de acuerdo con la costumbre, la necesidad y la opinión del usuario.

      A las dos de la tarde seguía helando y no levantaba la niebla. Apuramos el vaso deseándonos un mejor año 17 que el pasado nefasto 16, pero sobre todo deseándonos seguir siendo nosotros, seguir siendo torovegas.

Jose Luis Mayoral subió al coche y se perdió en la niebla con un: “Nos veremos en las talanqueras”.

Si Dios quiere, nos veremos en las talanqueras.

fotografías

 

Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)