El pasado domingo 18 Montemayor cerraba las fiestas de la Exaltación
de la Santísima Cruz 2.016 con un encierro a caballo que movilizó a
toda la comarca, reuniendo una buena mano de sobre 150 jinetes y
cosa de 2.500 peones que desde las nueve ya comenzaron a tomar
posición.
El mando correspondía al alcalde la de la villa Iván
Velasco y la dirección táctica a los Hermanos Mayoral; del alcalde
decir que es de los nuestros; es decir, de la torería andante, y
como además piensa, calidad ésta más infrecuente de lo que parece en
muchos corregidores, el rigor estaba asegurado. La competencia
técnica de los Mayoral no necesita explicaciones, sólo añadir que
complementada con Caminero y José Ángel “Cañero”, el mejor jinete de
nuestra caballería, raro será que no entre un encierro o al menos
sucederá lo que allá por los años de 1.600 era cláusula obligada a
la hora de encerrar: Los vaqueros harán las diligencias necesarias.
Este año
se había variado el itinerario del encierro, pues el Valle del
Arroyo de las Adoberas por donde es costumbre discurra, está con el
regadío en verde y podía ser notable el daño a causar si comenzaran
las correrías. En su lugar se eligió para soltar el paramico de la
Cañada de la Olma, a cosa de 1 km. de la lengua oeste de Montemayor
y sobre el que había muy buena visual, de tal manera que el peonaje
podía ver desde las Bodegas cómo el encierro descendía la cuesta
hasta cruzar la carretera de Camporredondo; luego, ya en llano,
vadeaba los dos pequeños regatos donde nace el arroyo y proseguía
rumbo este hasta entrar a la villa por la Ontana.
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A las 10
en punto los cohetes ordenaron la suelta, se observaron movimientos
en todas las direcciones y durante unos segundos no se pudo precisar
la elipse que suele formar la caballería para recoger al ganado, lo
que hizo temer la pérdida de algún toro, pero pronto se vio la buena
orden pues aunque los toros se habían separado. los jinetes cerraron
los flancos este y oeste formando una especie de calle por donde
debían marchar los toros en la dirección querida.
Dejaron libre la vanguardia y cerraron algo la retaguardia de cada animal
sin meterse encima, dándoles aire, de modo que el encierro quedó con
un toro llegando a la carretera de Camporredondo, otro rojo a la
mitad de la cuesta y un tercero iniciando el descenso; ciertamente,
ocupaba 0,5 km., pero iba encajonado.
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El
primer animal cruzó la carretera y se dio un carrerón hacia la
villa; cuando pensábamos que iba a entrar, giró regresando sobre sus
pasos para reunirse con sus dos congéneres y la parada en la "V" que
formaban los dos cauces. Quedó el encierro revuelto moviéndose sin
pautas y sin sentido aparente, como esas bandas de tordos que asolan
un majuelo en un santiamén, lo que corrigió la dirección formando
una “L” capaz de cerrar la salida a los toros y utilizando cuatro
jinetes para circularlos por los límites de sus zonas de fuga, de
modo que al menos se orientaran hacia la villa. La maniobra tuvo
éxito con dos toros, pero el tercero quedó suelto. El grupo formado
por cabestros y los dos toros comenzó entonces una carrera
vertiginosa hacia la villa perdiéndonos al peonaje y entrando a toda
máquina por los pies de la iglesia.
Hubo alguna baja entre los peones que en tropel seguíamos al
encierro tratando de ver el arreón, al caer por los pequeños
cortados que descendían hacia la carretera y que a su vez caían
sobre un cunetón. Pese a la intervención de las ambulancias no
parecieron los daños de importancia. Les deseamos a los peones
accidentados la más pronta recuperación.
Enchiquerado
así parte del encierro, quedó un toro suelto según está dicho. No
tenía prisa ni codicia; tampoco respondía franco a la entrada de los
caballos, de modo que suponiendo sería dormido, marchamos a tomar un
bien merecido café en la amable plaza mayor de la villa. Nos
equivocamos: Los Mayoral conseguirían meter al toro sin necesidad de
dormirle.
Volvíamos las columnas de peones camino de la plaza empalizada por
medio de la calle cuando los revuelos y los “!Que viene!”
pusieron en cuidado a señoras y jubilados. Una mano de cabestros
venía tranquilamente desplegada por el medio de la calzada.
-
¡Que no pasa nada!.... ¡Que son los bueyes!.
Dijo una venerable (y torera)
matrona, para ser respondida.
-
¿Pero no ve que el toro va detrás?.
Y
allí vierais cómo desapareció la porción más vulnerable de la
hueste; aunque no toda, unos pocos, teniendo por imposible alcanzar
las talanqueras, tuvieron que parapetarse tras burladero de chapa
galvanizada en el que apenas podían entrar, tan estrecha era su
tronera; y para más alegrar la función se paró el utrero encarándose
frente al burladero. El bicho no hacía caso ni de cortes ni de
cites, observando fijamente; los del burladero no respiraban; a los
“Tooro! eh!” respondía estirando la oreja y echando unas
miradas a los atalancados que presagiaban derrote. Por fin regresó
la parada absorbiendo en su interior a la bestezuela.
Ya en la
plaza comenzó la función al estilo de la villa. No hará falta
advertir al lector que eso de las “vaquillas, capeas y probadillas”
que prescribe el reglamento como modalidades que junto a los
encierros de campo y urbano constituyen la materia de la tauromaquia
popular, no pasa de ser otra urbanitada más de los figuras que
hicieron el reglamento de Madrid sin haber pisado una talanquera en
su vida, y copiaron los figuras de aquí sin tampoco haber pisado una
talanquera. En realidad, la función de después del encierro adopta
en cada villa una forma que depende de la costumbre.
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En
Montemayor, con la venia de la autoridad se dispone un torilero en
corrales y otro en la puerta que da salida a la plaza empalizada; el
enlace entre ambos le llevan a cabo –quiera o no la autoridad- los
chicos más toreros de la villa que situados sobre la meseta de
toriles avisan al torilero de plaza, pasan al interior las picas,
citan con los capotes, llaman a quien corresponda y en fin,
constituyen un perfecto nexo entre las tripas de los corrales y el
llano de la Empalizada.
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El torilero de plaza era Pablo Pichón, hombre que siempre está de
buen humor, nunca se cansa de hacer bromas y es gran aficionado. A
su discreción se soltó primero un utrero largo, rojo careto, muy
bien presentado; tras tenerle un rato en plaza abrieron puertas para
que saliera a la calle y fuera corrido en ambos parajes; luego
soltaría tres vacas y otro utrero zahíno de peor estampa que el
rojo, pero cumplido. Así las cosas tan pronto veías a los corredores
entrar en tropel a la plaza con el rojo y dos vacas detrás, como a
Pablo utilizando la eléctrica cual si fuera un teléfono móvil
pegándosela a la oreja y voceando plaza a delante entre el jolgorio
del público
-
Pepe! … ¿Me escuchas?. ¡Estos teléfonos no valen pa nada!.
Mención
especial merecen los lances de enmaromado que fue forzoso hacer por
negarse a entrar a chiqueros uno de los toros, bien ejecutados por
José Luis Mayoral y su equipo, Pablo y los de toriles, quienes
enhebrando y dejando a la maroma dos cabos sobre la misma líneas,
adelante y atrás, redujeron al toro y le metieron. No fue fácil; el
bicho había aprendido a desprender la maroma con una cabezada.
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Acabada
la función taurina se tomó el vermú en la plaza mayor y fue de los
de tronío, formándose frente a las barras de los bares tantas filas
como había en talanqueras; pero una vez cogido el verdejo bastaba
tomar asiento en las aceras para encontrarte con numerosos
aficionados que habían subido a Montemayor ; escuchar a un cantante
ya veterano, pero muy vivo, atacar canciones antiguas con muy buen
nivel ; reconocer por sus botos y polos polvorientos a la
caballería; al alcalde recibir parabienes más contento que unas
pascuas; a los de Portillo dándole a un plato de calamares de Susi
por los que Trimalción daría uno de sus anillos de oro; y en fin,
observar esa pura alegría vital, esa ordenada reciedumbre, esos
grupos unidos por el toro que en la plaza mayor de Montemayor
tomaban un largo vermú en severa pero alegre camaradería.
Terminamos comiendo en la Martina
dos guisos de patatas con setas y alubias con nícalos, rabo de toro
y bacalao al champán, todo regado con verdejo. Pura gloria lejos de
las cursilerías al uso que nos confirmó lo que ya sabíamos: La
Martina es de los grandes.
Montemayor funciona. Desde el
alcalde hasta los chicos.
