El viernes 9 de septiembre Tordesillas comenzaba las fiestas
taurinas de la Peña con una novedad: Toro vespertino en el puente.
La Peña se adelanta -gracias a Dios- cada año más. Hasta ahora el
viernes era día para rematar los cuartos, hacer la limonada,
preparar bártulos, limpiar (o comprar) cayada y, en fin, disponer la
logística peñera. Día peligroso antaño, porque con la cosa de la
emoción y el ansia por liberar la alegría que a todos embarga en
vísperas, podías pescar una merluza como las que vendía la señora
Herrerina colgando de los ganchos de la calle de Santa María; visión
que horrorizaría a los pirulis urbanitas, pero que a los chicos de
los pueblos nos admiraba. ¡Qué merluzas! … de a metro,
resplandecientes contra la pared de finísimo sillar de Velilla
labrado a picón según arte; bichos de otro mundo a los que nos
gustaba dar un toque con la cayada a ver si eran virtuales o reales.
Poco duraba el experimento: Las amenazas, blasfemias y voces que
surgían del interior de la pescadería al ver el género tratado con
tan poca consideración, eran señal de retirada. Decía Virgilio que
el infierno tenía su entrada riberas del Lago Averno, y que por
aquellos andurriales despachaba en su cueva la Sibila Cumea , la que
vaticinaba en verso, una déspota bastante alocada que habría hecho
magnífico papel en las Cortes de Castilla y león estos días pasados
acompañando a la sibila de Podemos o a la sibila presidenta, la más
enigmática de las diez sibilas conocidas. Posiblemente Virgilio
habría escrito otra Eneida de oír las amenazas y juramentos de la
señora Herrerina; a su lado la Cumea era una mona.
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Pero no había toros, de modo que aún no había Peña sensu stricto, ya
que en Castilla los toros son a la fiesta lo que el campo de Higgs y
sus bosones al universo primigenio; ambos transforman lo etéreo, la
energía pura, en algo más pragmático tal y como la materia; y así se
pasa de lo potencial o virtual a lo experimental y real, entrando de
pleno en ese tiempo feliz que es la fiesta y que es uno de los
mejores indicadores de la Cultura de un Pueblo; es decir, de su modo
de entender y estar ante la vida y la muerte, conforme la doctrina
de Ortega.
Para nosotros los paletos, la tauromaquia es ese mágico campo que
trae a la tierra las cosas del cielo, porque permite lo lúdico y lo
ceremonial, la entrada a lo más profundo de nuestro interior y la
mayor efusividad y capacidad de externalización; podemos andar de
juerga toreando una chota o desafiar a la muerte ante un cinqueño en
plena rastrojera cabiendo entre ambos extremos del segmento multitud
de variantes, pero siempre que hay un bicho suelto y libre, se entra
en un estado particular de alerta característico de lo festivo, se
tiene la íntima convicción de estar en terrenos delicados donde lo
trascendente aparece de golpe.
Por supuesto que me refiero a la tauromaquia de talanquera, la
lúdica, la ceremoniosa, la que exige, la que llena, la que pone los
pelos de punta, la que tenemos por querido patrimonio herencia de
nuestros padres. Nuestra tauromaquia nada tiene que ver con los
boletines oficiales, los “profesionales”, los gobernadores, los de “más
cornás da el hambre”, los que pasean al enemigo en remolque por
las dehesas y le invitan a taquitos de jamón rogándole compasión,
los que se esconden cuando les insultan a las puertas de la plaza,
los que no quieren ver cómo les toman el pelo, los del arte que no
han leído un tratadillo de estética ….
Esa tauromaquia tradicional, popular, nuestra, levanta uno de sus
muchos santuarios en Tordesillas, donde tenemos pronta a expresarse
la tendencia a lo festivo, de modo que tratamos inercialmente de
ampliar los días de fiesta y sobre todo su calidad, tendencia
frenada a menudo por los presupuestos que nos impiden comprar todos
los toros que queramos y sobre todo pagar las nubes de vampiros que
nos sacan la sangre gracias a un Reglamento de Espectáculos Taurinos
Populares hecho ex profeso para reprimir nuestras tradiciones por la
Junta de Castilla y León, tan amiga de folcloradas como enemiga (y
temerosa) de lo que sea profundo; y sin embargo este año, sea por
dulcificar la prohibición de la Junta para celebrar el Torneo
conforme a la costumbre, sea porque Toropasión ha regalado un
toro, sea porque no habrá funciones de montera (ni falta que hacen
como estaban planteadas), teníamos hoy viernes de la víspera
encierro de bueyes y toro de cajón a soltar desde el puente.
Comenzaba la Peña de verdad.
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Día claro tras las calorinas, caía la tarde por San Vicente lanzando
el sol de vendimia unos chorros dorados capaces de dar aún más
profundidad a los variadísimos verdes de la Ribera del Árbol Caído.
Cantaban verderones en las riberas, aunque no jilgueros; Jesús López
Garañeda se preguntará: ¿Dónde están los jilgueros?. Nadie lo sabe,
por aquí sólo hay plaga de topillos derribando racimos de verdejo y
tan densa y duradera plaga de conejos destruidora de cebadas,
cimientos, pastos, riberas, viñedos jóvenes, cualquier tipo de verde
y hasta la autovía, que parece arrancada de la Biblia. ¿Querían
prohibir el glifosato?; no va a hacer falta, porque los conejos ya
se comen lo que pillan no dejando en pie ni las malas hierbas. ¡37
conejitos se me cruzaron en el camino de la Josa, 37!, cuando iba a
buscar el encierro. !Y no se enteran!.
A las seis y media de la tarde salieron de los prados del Zapardiel
una docena de bueyes y 100 caballos de escolta. Al lector práctico
le parecerá cosa sin importancia un encierro de bueyes y una
exageración tanta caballería; pero no es así, repare en la necesidad
de instruir a los nuevos jinetes y a los nuevos peones para
que vayan entrando en materia sin excesivos peligros, este encierro
les brinda ocasión.
Bastaba echar un vistazo a la caballería para concluir lo expuesto.
El despliegue llegando al Campo de Tiro era muy abierto, llevando en
las alas elementos sueltos, desconectados del cuerpo pero en
comunión con él; como una chica que se fiaba tan poco de su caballo
como el caballo de ella, de modo que ella no se atrevía a integrarse
en el escuadrón y él no paraba de relinchar moviendo cabeza y
cuello. No participó en el arreón final, pero amagó, y eso es lo que
importa. Ir formando, evitar la odiosa idea propia de estos tiempos
según la cual se da por supuesto que nacemos aprendidos; ni ante el
toro ni ante la empresa de verdad sirven las fantasías de la LOGSE,
de ahí que toda instrucción sea poca y de ahí la importancia de este
encierro.
Lo mismo cabe decir de los peones. Escaqueados entre las sombras de
la chopera de la Josa Alta, pululaban por la Vega grupos de cuatro a
seis chicos (todos menores, por supuesto); juraban como la señora
Herrerina y la Sibila de Cumas cuando desde la villa advertía la
megafonía que ellos ... a casita. Murmuraban y hacían como que se
iban para al punto volver. Cuando la nube de polvo se acercaba y los
brillos metálicos salían de su interior a modo de pequeños rayos,
cuando aparecía la emoción, cuando ya se entraba en materia, volvió
a escucharse la advertencia: Menores fuera.
Entonces uno de ellos se volvió hacia la villa llevándose las manos
adonde supone el lector para vocear al invisible amenazador:
-
!Tócame los cojones!.
No
llegaría a los 13 años y ya le habían rebelado. Esas prohibiciones
las dictan los padres a los hijos cómo y cuándo estiman que
conviene, pero no las dice ningún político, ni ningún guardia, ni
ningún funcionario, porque la cosa ceremonial toca a la familia, al
amo del majuelo, no al vendimiador.
Tras el arreón entró el encierro puente arriba a eso de las siete y
media sin mayores novedades.
Cerrando la noche tuvo lugar la suelta desde el molino del puente de
un cuatreño de cajón donado por Toropasión, empresa a la que
es de agradecer su apoyo decidido y sin miedos ni medias tintas al
Inmemorial Torneo; de las pocas que no se vende por el platito de
lentejas. Desde esta web: Gracias.
La
suelta debió hacerse media hora antes, cuando aún había luz natural,
ya que la iluminación naranja y las sombras frecuentemente retraen
al toro de emplearse a fondo.
Soltado tras disparar una bomba, como solo había algunos corredores
en el delicado paraje, el animal subió puente adelante hasta llegar
a la curva de la Vaquera, donde comenzaron a intervenir los
atalancados y aumentó la densidad de los de a pie; entonces el toro
se dio la vuelta y regresó a la querencia del camión.
Al segundo intento consiguieron los cortadores encelarle ligeramente
de modo que a consecuencia de esos marcajes ya fue posible embocarle
hacia la Fuente Grasa, donde llegó sin encararse a talanqueras.
Desde allí marchó hacia la plaza en carrera, sin novedades.
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Terminó el día con un concierto de antología de la Banda Municipal
de Tordesillas. En plena plaza, como una isla totalmente rodeada de
público en cinturón tan compacto que ponía respeto, tocó el
tradicional programa de música festiva basado en pasodobles, marchas
y jotas muy aplaudidas por un público que comulgaba con los músicos;
hubo alguna concesión a lo contemporáneo, como la orquestación de
varias piezas compuestas por Deep Purple en su LP Machine Head,
(especialmente conseguido Highway Star), pero que no llegaron
al público como lo hicieron un impecable Nerva, un vibrante “La
de subirse a los tablados” y el rotundo final que guardaban.
Cerca de la medianoche la música de la villa cerró con la señorial
Diana Floreada que encendió al público y entonces empezaron las
voces exigiendo el “Llegó la Peña”, nuestro verdadero himno
nacional, el que cantan los enfermos de Alzheimer cuando ya no saben
ni siquiera quienes son ellos, el que pone los pelos de punta y nos
dota de identidad y que no queremos que sea declarado BIC por nadie,
ni patrimonio mundial ni zarandaja parecida; sólo queremos cantarle.
Se cantó. Y allí vierais al director dirigiendo con su cayada en vez
de con batuta, a los músicos levantarse de sus asientos, a las
madres izar a los niños para bailarles, a los mozos que de repente
descubrían algo suyo inesperado, y a las cayadas en alto danzando en
la noche las estrofas guerreras
“El Toro Vega salta a la
arena
y su bravura siembra el terror”
y el final apoteósico entre los espontáneos ”vívas” al Toro Vega y
los interminables aplausos. Nunca se había visto la Banda en tal
revolución, por eso no cabía en sí de gozo, aquello era el sueño de
cualquier músico: Ver a un pueblo vibrar con sus notas; a pelo.
Hoy a las once, cuando vayan salir los Faroles, se repetirá nuestro
cántico.
En resumen, un feliz comienzo de la Peña.