TORO DE LA VEGA, un artículo de Juan Manuel de Prada

 Publicado ABC, 23 de mayo de 2016.  

 

     Cuando las autoridades catalanas decretaron la prohibición de las corridas de toros, los taurinos se movilizaron de la forma más paparruchesca posible, invocando la libertad que ha acabado con la fiesta que dicen amar (y es que, en efecto, hay amores que matan). La libertad moderna (versión paródica de aquel “alto don que al hombre dieron los cielos”) fue creada para destruir las tradiciones de los pueblos, instilándoles el veneno del individualismo y convirtiendo su comunidad de vida en un pandemónium de reivindicaciones egoístas o sectarias que degradan la convivencia hasta convertirla en horrenda coexistencia, cuando no en perpetuo campo de Agramente. Esta libertad paródica fue, en fin, creada para disolver los vínculos que hacían fuertes en los pueblos, para matar su fe, para impedirles la consecución del bien común, para adulterar sus instituciones naturales, para degradar sus tradiciones, para sustituir el sentido de arraigo y pertenencia por una demogresca infame que nos convierte en monos encerrados en una jaula, disputando siempre por una garrafa de aguardiente. Naturalmente, aquella campaña taurina grotesca se saldó con un patético fracaso; y en Cataluña dejó de haber corridas de toros, como pronto ocurrirá en otras regiones de España, a medida que avance imparable la destrucción de sus tradiciones.

Unos años después de aquella derrota, los taurinos coleccionan otra en Tordesillas que no ha provocado ni de lejos los ríos de tinta que desató en su día la prohibición catalana; tal vez porque quienes han asestado el golpe son los mismos que entonces se proclamaron farisaicamente defensores de la tauromaquia, cuando en realidad sólo son mamporreros del mundialismo, encargados de pastorear al rebaño conservador. Incluso no faltan taurinos que se muestran conformes con el decreto evacuado por la Junta de Castilla y León que prohíbe alancear al toro de la Vega, aduciendo que se trata de una fiesta bárbara que nada tiene que ver con la auténtica tauromaquia. No advierten estos tontos útiles que la nueva prohibición ha sido muy taimadamente urdida para abrir un portillo a posteriores prohibiciones que muy pronto impedirán también el sacrificio de los toros en las corridas, convirtiéndolas en astracanadas inanes y pintureras, aptas para señoritas melindrosas y muchachitos que comen nardos. Y, cuando esas prohibiciones se sucedan, los taurinos volverán a invocar la libertad, sin advertir que ha sido la destrucción de las tradiciones la que ha logrado que las corridas de toros sean un espectáculo que repugna a la sensibilidad de nuestra época, sobornada por las sucesivas golosinas que nos han convertido en una patulea alfeñique y gregaria que comulga devotamente las ruedas de molino de la ideología mundialista. Y que ha invertido por completo las categorías morales, de tal modo que mientras aplaudimos con entusiasmo la matanza industrial de vidas humanas gestantes, derramamos lagrimillas de cocodrilo ante un toro alanceado. En lugar de invocar una libertad paparruchesca, los taurinos harían bien en tener el valor de defender las tradiciones. Y harían bien en hacerlo con la astucia de las serpientes (puesto que a reptiles de la peor calaña se enfrentan), no con el candor de las palomas, contratacando con acciones inteligentes al enemigo que quiere derruir toda supervivencia tradicional. En este caso, por ejemplo, elaborando un reglamento que fije las condiciones para un alanceamiento ordenado y valeroso del toro de la Vega que acabe con las penosas imágenes de desbarajuste, hostigamiento y alanceamiento rastrero que las televisiones cipayas se encargan de divulgar, año tras año. Y, por supuesto, desobedeciendo el decreto evacuado por los mamporreros de la Junta de Castilla y León.

 

Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)