Toda esta noche ha
sido un duermevela. A fuer de darle vueltas a lo que iba a
escribir esta mañana, apenas he podido pegar ojo. Sin
embargo, aquí estoy, sentado frente al ordenador, intentando
ordenar mis ideas y plasmarlas del mejor modo posible para
llegar al corazón de cada tordesillano de buena condición.
El nerviosismo hace que me tiemble el pulso. Y, aunque el
corazón lo tengo acelerado, mi mente permanece serena,
seguro de que una fuerza superior me guiará.
Ayer, los “señores” feudales de las cortes de CyL nos
dieron, como a Julio Cesar, su última puñalada. Desde el
balconcillo de invitados, escuchábamos una y otra vez la
sarta de mentiras en las que iban fundamentando su voto a
favor de la extinción de nuestro glorioso y sagrado Torneo
del Toro de la Vega. Y así, con el deseo de sajar sus
lenguas con el más séptico de los bisturíes, para evitar que
pudieran continuar blasfemando, permanecimos en nuestros
asientos honrosamente irrespetuosos, intentando molestar en
todo momento mientras se desarrollaba el debate.
Hasta que, por fin, nos expulsaron (mejor dicho: nos echamos
fuera de aquella mierda incapaces de soportar el hedor que
despedía). Glorioso momento aquél, que nos hizo sentir
heroicamente grandes, defendiendo nuestra ancestral
tradición de la única manera que en aquellos momentos
podíamos, rebelándonos contra el silencio, que se nos
imponía por escrito y bajo una estricta vigilancia.
Pero que esto no sirva para que nos arruguemos. Antes al
contrario, para acrecentar nuestro deseo de seguir en esta
lucha, que acaba de comenzar. Hace algunos siglos, nuestros
antepasados se rebelaron contra el poder real por considerar
que sus derechos estaban siendo desoídos y las riquezas de
su reino dilapidadas por unos cuantos extranjeros que habían
venido a “llevárselo”, como decimos ahora. Pues bien, algo
similar es lo que está ocurriendo actualmente; y no sólo en
Tordesillas, sino en España entera. Nuestros políticos,
hartos de hacer de su capa un sayo, convertidos en los
dioses del Olimpo, no sólo se llevan el dinero de nuestros
bolsillos, sino que nos roban nuestras tradiciones, y con
ellas nuestra dignidad de pueblo. Y ya sólo esperamos de
ellos que, con su poder omnímodo, vuelvan a atribuirse el
derecho de pernada, arrebatándonos a nuestras esposas e
hijas para hacer y deshacer con ellas a su antojo.
¡¡ Despierta, Tordesillas !! Hoy, nos ha sido arrebatado el
símbolo más preciado de nuestra cultura taurina popular;
nuestro signo de identidad más sagrado; algo que forma parte
de nuestras almas, las cuales, aunque sencillas, continúan
siendo honestas y fieles a aquellos que nos honran con su
defensa desinteresada. Sin embargo, a quienes no han
mostrado ni muestran el menor respeto hacia ella, nos
sentimos autorizados para decirles ¡basta ya! Desde hoy y
como siempre, nos declaramos abiertamente en rebeldía contra
cualquier decisión injusta que pueda emanar del poder
establecido, venga de donde venga.
Porque, si vivimos en una democracia auténtica, no podemos
asentir, ni asentiremos en silencio que se nos gobierne a
través de la injusticia. Como tampoco asentiremos
sumisamente ser gobernados por decreto, imponiéndonos
caprichosamente, con nocturnidad y alevosía, de la manera
más indecente y dictatorial, la voluntad de quien hace de la
norma un acto arbitrario y, quién sabe si además
económicamente rentable para sí mismo. Así es esta norma.
Una ley que, tal como la mayoría entendemos, goza de una
absoluta falta de moralidad, pues se intenta hacerla
aparecer ante la opinión pública como dignificadora,
beneficiosa, protectora, etc., cuando es únicamente
humillante, mezquina, ruin, soez, hipócrita… y además
perversa.
Al menos eso es lo que sentimos quienes nos hallábamos en el
interior del hemiciclo. Mas, sólo desde la locura o la falta
de luces podría contemplarse esta ley como algo evolutivo e
ilustrado. Por tanto, se trata simplemente de una falaz
muestra de progresismo, avalada por el desatino voluntario y
la desvergüenza. Desatino y desvergüenza dignos de tanta
mediocridad, la que siempre consigue rebajar el valor
natural de las cosas a la categoría de papel higiénico,
atribuyéndose a la vez el derecho a estar por encima del
bien y del mal. Son los “corderos” que nos comen, porque en
realidad no son sino lobos ataviados con un disfraz.
Nosotros, los tordesillanos de buena ley –como siempre lo
fuimos, que nadie lo dude–, despreciamos esta idea. Por ello
seguiremos siendo, aunque les pese a muchos, aquellos
altivos comuneros que, lejos de doblegarse ante la traición
de los poderosos, permanecen vigilantes y decididos a
mantener su honra y las cosas en las que creen a salvo, por
encima de todo y de todos; aunque les cueste la vida.
Porque, si hay algo que verdaderamente dignifique al hombre
es, aun a costa de los tiempos, la honra. Ustedes, los que
viven y se aprovechan de la política, no conocen el
significado de ese término; quizá por eso se comportan como
lo hacen, con cobardía, y usando a hurtadillas, cuando no
abusando, del poder que les confieren los votos de aquellos
que, con la mejor voluntad les pusieron en sus escaños. Y
porque prefieren ignorar a documentarse, empapándose de lo
que verdaderamente es CULTURA. La RAÍZ les importa poco, y
ello les lleva a preocuparse sólo por el fruto. Pero, no lo
olviden: con la misma facilidad que un día llegaron a
ocuparlos, se verán obligados a abandonarlos.
Los toros bravos, “señorías”, mueren luchando. Los mansos,
son apuntillados. Nosotros, los tordesillanos de pro, no
moriremos apuntillados, se lo aseguro, sino todo lo
contrario. Y, aunque la muerte acabe con nuestras vidas,
como un día ocurriera con aquellos abanderados de Castilla,
por defender lo que consideraban justo, el espíritu comunero
seguirá vivo. Vivo en nuestro espíritu, que, como llama viva
renacerá en cada nueva generación. Ustedes, ladinos sin
escrúpulos que miran por encima del hombro a las gentes
honradas y sencillas que aman lo que es suyo, en lugar de
acariciar tanto la avaricia, deberían haber aprendido algo
de Santa Teresa y acariciar la tierra, una de las pocas
cosas que convierten en honrados a los hombres. En lugar de
eso, la desprecian, y con ella a los hombres que la pisan.
Porque ustedes, “señorías”, están muy lejos de ser
auténticos españoles.
¡Viva
Tordesillas!. ¡ Viva el Toro de la Vega !.