¡¡TORDESILLAS, DESPIERTA!L

 

J. Antonio Garañeda.

 


  

      Toda esta noche ha sido un duermevela. A fuer de darle vueltas a lo que iba a escribir esta mañana, apenas he podido pegar ojo. Sin embargo, aquí estoy, sentado frente al ordenador, intentando ordenar mis ideas y plasmarlas del mejor modo posible para llegar al corazón de cada tordesillano de buena condición. El nerviosismo hace que me tiemble el pulso. Y, aunque el corazón lo tengo acelerado, mi mente permanece serena, seguro de que una fuerza superior me guiará.

     Ayer, los “señores” feudales de las cortes de CyL nos dieron, como a Julio Cesar, su última puñalada. Desde el balconcillo de invitados, escuchábamos una y otra vez la sarta de mentiras en las que iban fundamentando su voto a favor de la extinción de nuestro glorioso y sagrado Torneo del Toro de la Vega. Y así, con el deseo de sajar sus lenguas con el más séptico de los bisturíes, para evitar que pudieran continuar blasfemando, permanecimos en nuestros asientos honrosamente irrespetuosos, intentando molestar en todo momento mientras se desarrollaba el debate.

     Hasta que, por fin, nos expulsaron (mejor dicho: nos echamos fuera de aquella mierda incapaces de soportar el hedor que despedía). Glorioso momento aquél, que nos hizo sentir heroicamente grandes, defendiendo nuestra ancestral tradición de la única manera que en aquellos momentos podíamos, rebelándonos contra el silencio, que se nos imponía por escrito y bajo una estricta vigilancia.

     Pero que esto no sirva para que nos arruguemos. Antes al contrario, para acrecentar nuestro deseo de seguir en esta lucha, que acaba de comenzar. Hace algunos siglos, nuestros antepasados se rebelaron contra el poder real por considerar que sus derechos estaban siendo desoídos y las riquezas de su reino dilapidadas por unos cuantos extranjeros que habían venido a “llevárselo”, como decimos ahora. Pues bien, algo similar es lo que está ocurriendo actualmente; y no sólo en Tordesillas, sino en España entera. Nuestros políticos, hartos de hacer de su capa un sayo, convertidos en los dioses del Olimpo, no sólo se llevan el dinero de nuestros bolsillos, sino que nos roban nuestras tradiciones, y con ellas nuestra dignidad de pueblo. Y ya sólo esperamos de ellos que, con su poder omnímodo, vuelvan a atribuirse el derecho de pernada, arrebatándonos a nuestras esposas e hijas para hacer y deshacer con ellas a su antojo.

     ¡¡ Despierta, Tordesillas !! Hoy, nos ha sido arrebatado el símbolo más preciado de nuestra cultura taurina popular; nuestro signo de identidad más sagrado; algo que forma parte de nuestras almas, las cuales, aunque sencillas, continúan siendo honestas y fieles a aquellos que nos honran con su defensa desinteresada. Sin embargo, a quienes no han mostrado ni muestran el menor respeto hacia ella, nos sentimos autorizados para decirles ¡basta ya! Desde hoy y como siempre, nos declaramos abiertamente en rebeldía contra cualquier decisión injusta que pueda emanar del poder establecido, venga de donde venga.

     Porque, si vivimos en una democracia auténtica, no podemos asentir, ni asentiremos en silencio que se nos gobierne a través de la injusticia. Como tampoco asentiremos sumisamente ser gobernados por decreto, imponiéndonos caprichosamente, con nocturnidad y alevosía, de la manera más indecente y dictatorial, la voluntad de quien hace de la norma un acto arbitrario y, quién sabe si además económicamente rentable para sí mismo. Así es esta norma. Una ley que, tal como la mayoría entendemos, goza de una absoluta falta de moralidad, pues se intenta hacerla aparecer ante la opinión pública como dignificadora, beneficiosa, protectora, etc., cuando es únicamente humillante, mezquina, ruin, soez, hipócrita… y además perversa.

     Al menos eso es lo que sentimos quienes nos hallábamos en el interior del hemiciclo. Mas, sólo desde la locura o la falta de luces podría contemplarse esta ley como algo evolutivo e ilustrado. Por tanto, se trata simplemente de una falaz muestra de progresismo, avalada por el desatino voluntario y la desvergüenza. Desatino y desvergüenza dignos de tanta mediocridad, la que siempre consigue rebajar el valor natural de las cosas a la categoría de papel higiénico, atribuyéndose a la vez el derecho a estar por encima del bien y del mal. Son los “corderos” que nos comen, porque en realidad no son sino lobos ataviados con un disfraz.

     Nosotros, los tordesillanos de buena ley –como siempre lo fuimos, que nadie lo dude–, despreciamos esta idea. Por ello seguiremos siendo, aunque les pese a muchos, aquellos altivos comuneros que, lejos de doblegarse ante la traición de los poderosos, permanecen vigilantes y decididos a mantener su honra y las cosas en las que creen a salvo, por encima de todo y de todos; aunque les cueste la vida. Porque, si hay algo que verdaderamente dignifique al hombre es, aun a costa de los tiempos, la honra. Ustedes, los que viven y se aprovechan de la política, no conocen el significado de ese término; quizá por eso se comportan como lo hacen, con cobardía, y usando a hurtadillas, cuando no abusando, del poder que les confieren los votos de aquellos que, con la mejor voluntad les pusieron en sus escaños. Y porque prefieren ignorar a documentarse, empapándose de lo que verdaderamente es CULTURA. La RAÍZ les importa poco, y ello les lleva a preocuparse sólo por el fruto. Pero, no lo olviden: con la misma facilidad que un día llegaron a ocuparlos, se verán obligados a abandonarlos.

     Los toros bravos, “señorías”, mueren luchando. Los mansos, son apuntillados. Nosotros, los tordesillanos de pro, no moriremos apuntillados, se lo aseguro, sino todo lo contrario. Y, aunque la muerte acabe con nuestras vidas, como un día ocurriera con aquellos abanderados de Castilla, por defender lo que consideraban justo, el espíritu comunero seguirá vivo. Vivo en nuestro espíritu, que, como llama viva renacerá en cada nueva generación. Ustedes, ladinos sin escrúpulos que miran por encima del hombro a las gentes honradas y sencillas que aman lo que es suyo, en lugar de acariciar tanto la avaricia, deberían haber aprendido algo de Santa Teresa y acariciar la tierra, una de las pocas cosas que convierten en honrados a los hombres. En lugar de eso, la desprecian, y con ella a los hombres que la pisan. Porque ustedes, “señorías”, están muy lejos de ser auténticos españoles.

¡Viva Tordesillas!. ¡ Viva el Toro de la Vega !.

Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)