No podría ser de
otra forma, señor ministro del interior. Los tordesillanos,
siempre lo hemos hecho, a pesar de que en innumerables
ocasiones hayan sido contrarias a nuestros deseos y
esperanzas. No olvidemos, don Jorge, que fuimos siempre
vasallos ejemplares, y sólo cuando la injusticia hizo presa
irresistible en nosotros, nos rebelamos contra quienes
quisieron imponer por la fuerza las condiciones en las que
habíamos de vivir, obligándoles a prescindir de nuestra
honra y dignidad.
Hoy, tres días después de que la Junta de Castilla y León
diese su visto bueno a una ley arbitraria, salida de no se
sabe qué conciencias, usted, con la mejor de las voluntades
sin duda, viene a recordarnos que los tordesillanos debemos
respetar la Ley. Sin embargo, esa máxima, que debería haber
servido para influir en la decisión de aquellos que, faltos
de toda escrupulosidad, así como del tacto democrático que
debe palparse en cualquier decisión que afecte a los
sentimientos más profundos de pueblos como Tordesillas, que
ha honrado la historia de España como pocos, ni siquiera
sirvió para hacerles recapacitar acerca de la repercusión
social que podría tener un decreto que se confeccionó de la
noche a la mañana, sólo para satisfacer las exigencias de
unos pocos, a los que el propio decreto intenta hacer
aparecer ante la opinión pública como la “voz de la
sociedad”.
Mire usted, señor Fernández Díaz, las “exigencias de la
sociedad”, como se dice en el intragable decreto, no
existen. Únicamente existen las exigencias de unos cuantos
petimetres, que se han empecinado, subvencionados por dinero
de algunas multinacionales y de otras partes que no viene al
caso mencionar, primero en acosar y ahora en derribar
algunas de las realidades que conforman el tejido de
nuestros valores patrios. La tauromaquia, en toda su
extensión, es uno de ellos, pues representa sin duda un
parámetro fundamental e inigualable de nuestra
idiosincrasia.
En ningún otro país de Europa el carácter nacional ha venido
determinado por una genética tan particular, que nos
enaltece y hace vibrar de manera singular ante la vida y la
muerte. No somos paniaguados, que nos conformamos con poner
velitas a las víctimas de los atentados terroristas, o de
los que caen bajo los escombros de sus casas tras un
terremoto. Somos sensibles a las necesidades y penalidades
de nuestros semejantes, hasta el extremo de dar cuanto
poseemos para socorrerles, aunque sea poco.
Por eso, y por muchas cosas más, los tordesillanos siempre
hemos estado del lado de la ley. Pero, no conviene olvidar
que, cuando los comuneros de Castilla decidieron visitar a
la reina Juana, para pedirle que interviniera en los asuntos
del Estado, poniendo coto a la injusta situación que se
vivía por causa de los desmanes que los flamencos estaban
llevando a cabo dentro del país, sólo se posicionaron del
lado contrario a ella cuando se les desoyó. Hoy, no estamos
en 1520. Me consta que usted lo sabe. Pero, permítame
albergar la duda de que la cámara de Castilla-León lo sepa.
O, al menos, que sea consciente de las consecuencias de sus
actos en una ocasión como esta, cuando las aguas estaban
tranquilas y, sin saber por qué, se han tornado turbulentas,
amenazando con volverse todavía más si alguien no detiene
esta locura.
De momento, usted reclama sensatez, o eso es lo que se
deriva de sus declaraciones a la prensa. Pero ha de
reconocer que la sensatez es un concepto que no es
patrimonio de nadie, sino de todos. En primer lugar, de
aquellos que están obligados, tanto por su cargo como por
las responsabilidades que se derivan de él. En segundo, de
aquellos a quienes las leyes van dirigidas. Y, en este caso,
señor ministro, quienes han “desollado la cabra” sin pedir
permiso al dueño son los políticos de la Junta de
Castilla-León. Ellos, en su calidad de representantes de una
comunidad autónoma con tanta raigambre histórica como lo es
esta a la que supuestamente representan, pese a estar
legitimados para legislar dentro de la misma, han carecido
de la sensatez suficiente, y han augurado, no sé si
pretendidamente o no, tampoco si por algún tipo de
conveniencia política o no, que se sucedan este tipo de
comportamientos, aunque, felizmente, todavía no hayan tenido
lugar; pero que, de continuar por este camino, quién sabe
qué es lo que pueda suceder.
La injusticia, señor ministro, nunca nace del pueblo;
sencillamente, porque el pueblo carece de capacidad
suficiente para generarla. No está dotado de poder bastante
que le permita desarrollar iniciativas de tanto calado; y
mucho menos capaz de poner a sus gentes, pacíficas como las
tordesillanas, en son de guerra, como si fuesen los indios
de las praderas americanas. El pueblo de Tordesillas,
también conoce de las competencias de la Junta. Y respeta
sus decisiones. Pero usted también debe entender que, entre
respetar y compartir hay una gran diferencia. De la misma
manera que, entre respetar a otro y respetarme a mí también
existe otra gran diferencia. Y esto es lo que ha hecho,
sencillamente, la Junta: había una ley, que regulaba el
desarrollo de espectáculos taurinos dentro de la comunidad
autónoma y en la que el Torneo del Toro de la Vega se
hallaba incluido y permitido. Pero, hete aquí que, por el
arte de Birle y Birloque, esa ley se convierte en otra cosa,
justamente opuesta a la anterior.
Comprenderá, don Jorge, que los tordesillanos y todos los
amantes de esa lidia histórica se pregunten cuando menos:
¿por qué?. Ignoro si tras esta decisión de la Junta pueda
haber algo oscuro, que pueda poner en crítico entredicho el
buen nombre de la misma en relación con el partido político
que su excelencia representa. No obstante, dadas las
circunstancias, parece lógico pensar que el común de las
gentes de Tordesillas y de España entera, se hagan esa misma
pregunta: ¿por qué?.
Por otra parte, es igualmente lógico que una decisión como
esta, que nadie entiende, sino aquellos que la llevaron al
papel, constituya una causa de “sentimientos encontrados”,
como usted mismo ha manifestado. Pero, ¿cabría ser de otra
forma? ¿No podrían haber imaginado, quienes la elaboraron,
que lo que estaban haciendo era prenderle fuego a un
polvorín? Ahora, lo que no se puede hacer es pedir al
alcalde de Tordesillas y a los habitantes de la localidad
que se acate la decisión, sin más. Entre otras cosas, porque
lo más razonable sería que la Junta, o el propio Gobierno en
funciones se retractasen y reconociesen que han metido la
pata hasta el corvejón. Aunque, mucho me temo que eso no va
a ser fácil. Más que nada porque el político, en general, es
poco dado a reconocer sus errores; le resulta más sencillo
cargar sobre el hombre de la calle y seguir acusándolo de lo
que, en la mayor parte de ocasiones, no es.
De modo que, presiento, don Jorge, que los tordesillanos
vamos a seguir reconociendo la legitimidad de la Junta para
adoptar decisiones en el uso de sus competencias; pero no
insista en pedirnos que las acatemos, aunque esa sea su
obligación como ministro, porque está fuera de lugar, habida
cuenta de que quienes han conculcado en primer lugar los
derechos de todo un pueblo han sido los miembros de esa
Junta de Castilla-León. Por mucho que fuese elegida en su
momento por los electores. Ellos, sin duda le volverán la
espalda a partir de ahora; nos encargaremos de ello si no
corrigen página. Y mucho me temo que no repercutirá
solamente en el resultado de las elecciones generales del
próximo mes de Junio, sino en las de la propia comunidad
autónoma.