Cuando
el 20 de Mayo, de 2016, veía la luz el triste decreto de la
Junta castellano-leonesa, en el que se daba luz verde para
prohibir la muerte en público en espectáculos taurinos
populares y tradicionales en esa comunidad autónoma, el
corazón de los tordesillanos se encogió; y su alma sufrió un
duro revés, pues confiaba en que una decisión tan drástica,
tan pinochetsca, en contra de su tradición cultural más
ancestral no se diese nunca. O, al menos, no de una forma
tan heterodoxa, tan innoble, tan ignominiosa. Sí; y me
ratifico una y otra vez en los calificativos.
Porque, el Toro de la Vega, con su raigambre histórica,
principal acervo cultural –mientras no se demuestre lo
contrario– de la tauromaquia en España, dejaba de ser, de
repente, gracias a la insensatez y cobardía de unos cuantos
políticos sin modales democráticos –porque los modales
democráticos se exhiben de otra forma, sin imponer–, el
icono de todo lo que puede significar el concepto TAURINO en
sí mismo.
Muy en
contra de lo que pueda suponerse, y en contra también de
quienes mantienen la postura opuesta –que lo taurino es
acultural y carente de sensibilidad hacia el toro en
particular–, quienes nos autodenominamos amantes de la
tauromaquia, en general, no somos unos locos. Tampoco unos
asesinos. Ni unos torturadores. Ni unos bárbaros. Somos,
simplemente, amantes de los animales y amantes de una
cultura que se generó hace siglos en íntima relación con
ellos.
Nuestro animalismo taurino ibérico es, entre otras causas,
lo que nos ha hecho evolucionar verdaderamente en la cadena
del desarrollo del pensamiento, en lugar de regresar a
posiciones animistas o antropomórficas, que nada tienen que
ver con el aculturamiento auténtico, sino más bien con algún
tipo de tara por la que, determinados humanos, se sienten
tan identificados con los animales, considerándolos iguales
a ellos en todos los sentidos. Por culpa de esta tara, sin
duda, hemos llegado al punto en el que hoy nos encontramos.
Un grupo de personas se reúnen en un hemiciclo y deciden,
por su cara bonita, no ya poner en cuestión una realidad
cultural ancestral que marca un hito histórico en relación
con la fiesta de la tauromaquia en España, sino con la
mismísima identidad de un pueblo. Un pueblo cuya genética es
tan particular, que es capaz de soportar todas las
crueldades posibles con tal de defender lo que es suyo: el
Toro de la Vega.
Recurren para ello a argumentos tan peregrinos, tan irreales
y faltos de verdad, tan falsos y cargados de hipocresía, que
hasta llegan a plasmar ¡por escrito, figúrense, y en forma
de decreto-ley! que lo hacen para “…avanzando de forma
armónica con los usos costumbres y sensibilidad de la
sociedad…”, adaptar “…su contenido a la realidad
social del momento.” Y añaden que: “…el ordenamiento
jurídico no puede ser ajeno a la realidad y a la ética
social…” Como, al parecer, no están demasiado
satisfechos con la redacción, insisten en que lo hacen
porque intentan ser a toda costa consecuentes. Y añaden: “Consecuentemente,
es imprescindible acomodar a la sociedad actual…”
–continúan refiriéndose, naturalmente, a nuestro amado Toro
de la Vega–, porque “…hoy se encuentran confrontados con
la voluntad y sensibilidad de una sociedad que se manifiesta
de manera reiterada y creciente, a través de diferentes
medios, incluidas las movilizaciones públicas…” También
dicen: “…se hace necesario…” para proteger “…los
múltiples derechos que se ven afectados en los espectáculos
taurinos y tradicionales, velando además por el
mantenimiento de la raza bovina de lidia y de los propios
festejos.” Y reconocen que “…la urgencia deviene de
la fuerte demanda social y de la movilización ciudadana…”
¡¡¡Cágate,
lorito!!! –como diría un vallisoletano de pura cepa–
¡¡¡Cágate!!! Cualquiera con dos dedos de frente sería capaz
de darse cuenta de que, en tan escasos renglones, no podría
plasmarse una sarta de mentiras tan grande. Y es que sólo
dedicándose a la política puede dominarse este arte. O,
mejor dicho: este sucio arte, capaz de desmoralizar a
cualquiera, aunque no tenga moral. No obstante, alguna
verdad hay. Por ejemplo, en aquello de: “…la urgencia
deviene de…”. O, “…hoy se encuentran confrontados…”.
Lo que pasa es que, la “urgencia” es, simplemente,
caprichosa, arbitraria y cobarde.
Se
trata, únicamente, de una bajada de pantalones ante las
presiones de los grupos contrarios a la FIESTA. Y,
¡señores!, el miedo es libre: ¡Señor, Señor… que no me quede
sin el sillón!. Y, por lo que se refiere al segundo
entrecomillado, no cabe otra cosa sino admitirlo, estamos
confrontados, ahora más que nunca, como si nos hallásemos en
trincheras opuestas. Sí. Porque esto ya es una guerra
declarada, donde no faltan quienes nos traicionen, habiendo
sido antes los que, supuestamente nos defendían. Porque, lo
que nos hubiera gustado es que alguien, alguien en los foros
políticos de nuestra comunidad castellano-leonesa, hubiera
dado la cara por nuestra cultura taurómaca, por nuestra
libertad, por nuestros derechos, conculcados de una manera
tan flagrante hasta la saciedad. Y que en lugar de saber que
teníamos una cámara en la que se nos traicionaba, nos
sintiésemos orgullosos de ver que todavía quedaban héroes
entre los que siempre presumieron de defender la verdad.
Hoy, Tordesillas y los auténticos tordesillanos estamos
tristes, mas no caídos; y todavía queda la última palabra
por decir, porque ahora es cuando comienza la verdadera
guerra.
¡¡¡VIVA
EL TORO DE LA VEGA!!!