LO OPUESTO A HÉROE.

 

J. Antonio Garañeda.

 


  

Cuando el 20 de Mayo, de 2016, veía la luz el triste decreto de la Junta castellano-leonesa, en el que se daba luz verde para prohibir la muerte en público en espectáculos taurinos populares y tradicionales en esa comunidad autónoma, el corazón de los tordesillanos se encogió; y su alma sufrió un duro revés, pues confiaba en que una decisión tan drástica, tan pinochetsca, en contra de su tradición cultural más ancestral no se diese nunca. O, al menos, no de una forma tan heterodoxa, tan innoble, tan ignominiosa. Sí; y me ratifico una y otra vez en los calificativos.

Porque, el Toro de la Vega, con su raigambre histórica, principal acervo cultural –mientras no se demuestre lo contrario– de la tauromaquia en España, dejaba de ser, de repente, gracias a la insensatez y cobardía de unos cuantos políticos sin modales democráticos –porque los modales democráticos se exhiben de otra forma, sin imponer–, el icono de todo lo que puede significar el concepto TAURINO en sí mismo.

Muy en contra de lo que pueda suponerse, y en contra también de quienes mantienen la postura opuesta –que lo taurino es acultural y carente de sensibilidad hacia el toro en particular–, quienes nos autodenominamos amantes de la tauromaquia, en general, no somos unos locos. Tampoco unos asesinos. Ni unos torturadores. Ni unos bárbaros. Somos, simplemente, amantes de los animales y amantes de una cultura que se generó hace siglos en íntima relación con ellos.

Nuestro animalismo taurino ibérico es, entre otras causas, lo que nos ha hecho evolucionar verdaderamente en la cadena del desarrollo del pensamiento, en lugar de regresar a posiciones animistas o antropomórficas, que nada tienen que ver con el aculturamiento auténtico, sino más bien con algún tipo de tara por la que, determinados humanos, se sienten tan identificados con los animales, considerándolos iguales a ellos en todos los sentidos. Por culpa de esta tara, sin duda, hemos llegado al punto en el que hoy nos encontramos. Un grupo de personas se reúnen en un hemiciclo y deciden, por su cara bonita, no ya poner en cuestión una realidad cultural ancestral que marca un hito histórico en relación con la fiesta de la tauromaquia en España, sino con la mismísima identidad de un pueblo. Un pueblo cuya genética es tan particular, que es capaz de soportar todas las crueldades posibles con tal de defender lo que es suyo: el Toro de la Vega.

Recurren para ello a argumentos tan peregrinos, tan irreales y faltos de verdad, tan falsos y cargados de hipocresía, que hasta llegan a plasmar ¡por escrito, figúrense, y en forma de decreto-ley! que lo hacen para “…avanzando de forma armónica con los usos costumbres y sensibilidad de la sociedad…”, adaptar “…su contenido a la realidad social del momento.” Y añaden que: “…el ordenamiento jurídico no puede ser ajeno a la realidad y a la ética social…” Como, al parecer, no están demasiado satisfechos con la redacción, insisten en que lo hacen porque intentan ser a toda costa consecuentes. Y añaden: “Consecuentemente, es imprescindible acomodar a la sociedad actual…” –continúan refiriéndose, naturalmente, a nuestro amado Toro de la Vega–, porque “…hoy se encuentran confrontados con la voluntad y sensibilidad de una sociedad que se manifiesta de manera reiterada y creciente, a través de diferentes medios, incluidas las movilizaciones públicas…” También dicen: “…se hace necesario…” para proteger “…los múltiples derechos que se ven afectados en los espectáculos taurinos y tradicionales, velando además por el mantenimiento de la raza bovina de lidia y de los propios festejos.” Y reconocen que “…la urgencia deviene de la fuerte demanda social y de la movilización ciudadana…

 ¡¡¡Cágate, lorito!!! –como diría un vallisoletano de pura cepa– ¡¡¡Cágate!!! Cualquiera con dos dedos de frente sería capaz de darse cuenta de que, en tan escasos renglones, no podría plasmarse una sarta de mentiras tan grande. Y es que sólo dedicándose a la política puede dominarse este arte. O, mejor dicho: este sucio arte, capaz de desmoralizar a cualquiera, aunque no tenga moral. No obstante, alguna verdad hay. Por ejemplo, en aquello de: “…la urgencia deviene de…”. O, “…hoy se encuentran confrontados…”. Lo que pasa es que, la “urgencia” es, simplemente, caprichosa, arbitraria y cobarde.

Se trata, únicamente, de una bajada de pantalones ante las presiones de los grupos contrarios a la FIESTA. Y, ¡señores!, el miedo es libre: ¡Señor, Señor… que no me quede sin el sillón!. Y, por lo que se refiere al segundo entrecomillado, no cabe otra cosa sino admitirlo, estamos confrontados, ahora más que nunca, como si nos hallásemos en trincheras opuestas. Sí. Porque esto ya es una guerra declarada, donde no faltan quienes nos traicionen, habiendo sido antes los que, supuestamente nos defendían. Porque, lo que nos hubiera gustado es que alguien, alguien en los foros políticos de nuestra comunidad castellano-leonesa, hubiera dado la cara por nuestra cultura taurómaca, por nuestra libertad, por nuestros derechos, conculcados de una manera tan flagrante hasta la saciedad. Y que en lugar de saber que teníamos una cámara en la que se nos traicionaba, nos sintiésemos orgullosos de ver que todavía quedaban héroes entre los que siempre presumieron de defender la verdad. Hoy, Tordesillas y los auténticos tordesillanos estamos tristes, mas no caídos; y todavía queda la última palabra por decir, porque ahora es cuando comienza la verdadera guerra.

 ¡¡¡VIVA EL TORO DE LA VEGA!!!

Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)