Los torneantes portugueses del Ribatejo nos avisan que ha muerto
D. Fernando de Castro Van Zeller Pereira Palha, espejo de
ganaderos y espejo de caballeros.
Terminando octubre vimos por última vez en su casa de Vil
Figueiras al hombre que contra viento, marea, torería artística,
gusto femenil y las cien fantasmas que campean en tiempo de
decadencia, mantuvo el toro fiero y antiguo, el que cuando sale de
la cueva pone cuidado en los espectadores, el que arrea estopa y
pide saber manera para dejarse.
Debido a un accidente llegábamos a la cita con bastante retraso,
pero allí estaba D. Fernando; pese a lo desapacible del día y a su
delicada salud, nos esperaba de punta en blanco paseando al pie de
la chimenea que dominaba el soportal. Puesto ya un pie en el
estribo, tenía el otro muy bien asentado cuando nos dio lección
sobre cómo deberían ser las cosas y los hombres; lección que
habría firmado D. Miguel de Cervantes y que el lector hallará
integra en el Don Quijote, pero su delicada salud no le permitió
quedarse a comer con nosotros en aquel refectorio de la tradición.
El hidalgo viejo se despidió a lo antiguo, llevando la mano al ala
del sombrero e inclinando levemente la cabeza. Su obra de recios
berrendos, fruto de muchos desvelos, bramaba en lo hondo del
alcornocal; esos mismos que la pasada noche habrán reburdeado para
despedir a D. Fernando.
Desde
Castilla, nuestro más sentido pésame a su hijo D. Luis, que toma
sobre sí la responsabilidad de seguir con la obra de sus mayores,
y demás familia. Se ha ido un caballero y un ganadero: Requiescat
in pace.