El
sábado 15 celebró Montemayor una novillada híbrida dentro de su
ciclo taurino para conmemorar la Exaltación de la Santísima Cruz.
Esta villa conserva una de las más hermosas plazas tradicionales
empalizadas de España; como además permite a los espectadores
participar desde el ruedo, o si lo prefieren, tomar asiento
cómodamente en las bancadas altas, ha llegado a configurar un modelo
taurino tan particular como la plaza: La novillada híbrida. Tal
función consiste en la lidia de un eral por reconocido novillero y
las posterior suelta de vacas y toros para ser corridos, de modo que
en una misma tarde conviven las tauromaquias de montera y
talanquera.
Se une al
inigualable marco arquitectónico y particular función, el buen humor
y alegría comunes a las villas castellanas en fiestas, concluyendo
así un sistema donde el aficionado puede disfrutar de cada uno de
los mil detalles que al contraluz de la tarde surgen entre las
recias talanqueras.
La entrada valía 10 euros y permitía acceder al recinto; luego, si
querías sombra, había que madrugar; pero no era el caso, pues aquí,
lo substancioso consiste en zascandilear el coso, deambular su
claustro, subir y bajar, acercarse al bar, arengar al torero;
incluso sugerirle, recomendarle o exigirle, en fin, que –seña de
identidad de la talanquera- se es más actor que espectador.
El ambiente era de gala cuando Javier Casares, Manuel Cuenca,
cuadrilla, apoderados, los Hermanos Mayoral y compañía etc ..
aguardaban entre puertas la orden de paseíllo que encabezó una
comparsa salida sabrá Dios de dónde, vestida a lo vaya usted a saber
y armada de la mayor alegría. Fue sonar “Amparito Roca” y entrar la
comparsa saludando mientras Casares y su gente vestidos a lo
cordobés (excepto un peón, de luces) cumplían con la presidencia.
Casares no pudo torear en Medina a causa de una infección de la que
aún no está recuperado totalmente, pero no quería cerrar la
temporada sin pasar por Montemayor, de modo que tragó saliva cuando
capote en ristre comenzó la recepción de un eral zaino, astillano y
de finos pitones; más finos que los de algunos cuatreños lidiados en
presuntas plazas de tronío.
Recogido en tablas, fue ganando terreno por verónicas al eral de
Mayoral hasta llevarle a los medios, donde pudo estirarse un par de
veces porque a la tercera, el bicho empezó a buscar. Tras un tercio
de banderillas algo accidentado y la intervención del grupo de
areneros que cubata en ristre y con los pies hicieron como que
alisaban el ruedo, comenzó la faena de muleta.
Muleta plana, perpendicular al suelo, utilizada por su centro y no
por el pico, procuró derechazos armónicos alargando el viaje sin
exagerar y cerrando las tandas con pases de pecho muy bien
estudiados y ejecutados, al estirar el brazo derecho de modo que la
espada pareciera una prolongación de él, contrapesando con tal
artificio la distribución de masas del grupo: toro-trapo-torero y
consiguiendo el equilibrio; todo ello sin caer en contorsiones
manieristas que tanto amacarran las faenas.
Pasó a torear a lo natural, bien, a pelo, bien ayudándose de la
punta del estoque, y lo hizo a media altura dando salida hacia
adentro mientras pudo; luego, espabilado el toro, fue obligado
hacerlo hacia fuera.
Teniendo al público a punto de arte, cerró con alguna fantasía
rodilla en tierra y se dispuso al momento donde casi todos se
hunden: La estocada.
Bien cuadrado, en rectitud, pese a que el toro le esperó, entró a
matar como se debe, jugándose la pierna (por lo menos) y más
pendiente de apuntar que de la reacción del toro.
Estocada completa con la plaza puesta en pie pidiendo los trofeos
mientras Casares descabellaba al novillo en palos.
Dos orejas y rabo, aunque el éxito en Montemayor no se mide por el
número y tipo de trofeos que concede presidencia, sino por la
reacción de los tendidos. O das la vuelta en hombros o no la das; si
la das, aplauden plataformas y empalizados, te regalan flores, un
bocadillo, embutido, un trago etc … has triunfado; si no te hacen
caso, has fracasado.
Casares la dio con la aprobación y obsequio de la plaza, entre
grandes aplausos y dejando la impresión de haber satisfecho a la
parroquia.
La segunda parte consistió en la suelta de utreros y vacas que se
torean desde talanqueras conforme al uso de la villa. Corrida de
atalancados, se suceden las suertes propias de este estamento, tal y
como el “cachabeo” o arte de hipnotizar unos instantes al
toro permaneciendo inmóvil mientras se le acaricia la testuz con
cayada. Por cierto, debe saberse que cuando la bestia regresa del
estado cataléptico, sintiéndose burlada, dado que las bestias
piensan, sueñan, aman y aún resuelven problemas de trigonometría
(según "El Mundo"), acostumbra largar tremendo derrote con una de
las astas que siempre introduce por la tronera, si el cachabista no
anda listo puede recibir el derrote.
Otros inventan suertes más dificultosas; por ejemplo, dos toreros
pretendían que la vaca bebiera de su cubata y para ello mientras uno
fijaba con la gorra, el otro la acercaba el vaso. No lo
consiguieron.
Parte de esta tauromaquia es meter a la vaca dentro de las
talanqueras y así se hizo aunque luego no pudo salir al quedar
atrancada entre dos palos. El competente equipo de tablajeros
resolvió el problema rápidamente desenclavando con la pata de cabra
uno de los rollizos; liberada la vaca, no llegó al minuto lo que
tardaron en volver a alojar y clavar el palo.
Viendo campo abonado, intervino el novillero con picadores Manuel
Cuenca, que había acompañado a Casares como peón. Cambiado de
paisano, tiró de capote y muleta sobre cumplido utrero baqueteado
desde hacía ya dos días por entender tanto él como Alfonso, su
apoderado, que los toreros se forjan en las talanqueras; sólo ahí y
sobre estos lebreles es posible adquirir la base técnica que
permitirá en un futuro lidiar con éxito a cualquier ganadería y
evitará el bochorno de exigir siempre determinados toros.
La plaza aplaudió las acciones de Cuenca, un novillero al que iremos
a ver, porque es buen aval la patente de forja entre el martillo de
los toros resabiados y el yunque de las talanqueras.
Duró la función hasta la puesta de sol, resultando una de esas
tardes amables que recordamos en los inviernos, y cerró con cena
ofrecida a los toreros y socios por la A.T. “La Empalizada”,
donde se brindó por los futuros éxitos de Casares y Cuenca.