LA CORRIDA DE ADELAIDA RODRÍGUEZ EN SALAMANCA: CUANDO GRITAN LAS MUJERES.

J. Ramón Muelas García.

 


       El viernes 13 de septiembre lidiaba Fernando Rodríguez sus lisardos en la feria salmantina de Santa María de la Vega. Corrida “B” según la empresa, o sea, algo más barata que las del fin de semana, como graciosa concesión a los toristas ignorantes que abundamos por estos pagos.
Con montera, Leandro, pese a que el género era poco apto para su arte; Fandiño y Mora, para los que el género sí era apto. A sus órdenes, unas buenas cuadrillas donde destacaba el picador Rafael Agudo, el chico de Rafa, el mayoral del Raso Portillo; no es que tengamos por él especial predilección, es que a los toristas nos gustan todos los tercios, el de varas también y Agudo –si le dejan- lo hace a conciencia.

     A eso de las diez de la mañana nadie diría que Salamanca estaba de fiestas mayores; todo abierto, la gente a sus negocios, ni una camiseta de colorines de las que tanto aborrece la Joaquina del “País”; ni tan siquiera algún parroquiano arrastrando la mona de la noche anterior .. Nada. Salamanca, que tuvo uno de los encierros más afamados de Castilla, hoy ya no tiene nada y languidece festivamente celebrando sin alma por celebrar: casetas de delicatesen y orquesta en la Plaza Mayor; arreglarse por la tarde para echar un cubata pendenciero en vaso de plástico y amolar los tímpanos con alguna orquesta “muy buena”; eso es todo. ¿Dónde la torada vadeando el río a puyazo limpio?. ¿Dónde la estudiantina en la Puerta de Zamora?. ¿Dónde su férrea caballería villana?. ¿Dónde el rector y claustro de la primera Universidad de Europa armados de garrocha y dándole a la aloja helada?. Hoy sólo queda –y en muy pocos- la nostalgia de lo ido; cubata y aburrimiento: No hay encierro. No hay talanqueras. No hay hálito vivificador de ciudades.

     A tan temprana hora acudo a la plaza para sacar las entradas como destacamento de reconocimiento de los milenaristas, esos aficionados que esperamos el regreso del toro. Me pongo a la cola de una cola tan corta como substanciosa donde parece no haber pasado el tiempo: Un revendedor pretende endosar entradas de 46 euros a 70 la pieza a cierto inglés de bigote enzapatillado e impecable canotier; el inglés no es tonto y pregunta al que tiene delante, quien delicadamente le descubre la martingala; pero nadie se enfada, total, somos siete, hace fresco y no hay prisa.
Una chica que llevo delante lo tiene claro:

 - Qué localidad quiere?.
- Dos, las más baratas.

Y el que va detrás también.

- Andanada alta de sol 14, que estoy parado.

46 euros las filas 4 a 7 en sol y sombra. ¿Son caros los toros? .. Depende de lo que haya.

     Fisgamos el interior de la plaza; pacíficamente, un rodillo apisona la arena rojiza mientras dos maletillas ensayan soñando glorias; luego, recorremos el claustro; allí han colgado su obra algunos artistas taurinos con el fin de exponer, vender y permitirnos saber que existen: magnífica idea. Mejor la escultura que la pintura, llaman la atención unas fotografías de los principales toreros. Calzan traje de Armani posando hieráticos al pie de inmensas bibliotecas rodeados de libros que auscultan minuciosamente.

      ¿Hasta dónde está llegando el síndrome de Estocolmo?. ¿Hace falta tal mensaje para patentizar que la tauromaquia es cultura?. ¿No vemos a diario un melonar completo de “intelectuales” dándose tal condición por axioma, pese sus obras?.
La tauromaquia es cultura y Cultura; cultura por su capacidad de generar elementos estéticos y Cultura porque representa la forma de ser de un Pueblo ante la vida y la muerte, conforme a la doctrina de Ortega. Hagamos cultura y Cultura sin preocuparnos del melonar, pues antes de los Santos se le habrán merendado los pájaros o los mozos.

     Un francés habla sólo dirigiéndose a la foto del “pirata” Padilla que mira fijamente a un libro. ¿Qué le dirá?; algo serio, porque hasta se acalora mientras el humo de Ducados es atravesado por los rayos de luz otoñal y aporta delicado sfumato el retrato de Antoñete, el torero rojo. ¿Qué pensaría Antoñete si viera a algunos de sus cofrades rugir contra la tauromaquia?.

     Salamanca abajo campan las excursiones de guiris jubilados tratando de cruzar los numerosísimos semáforos; como tardan tanto en cambiar, dan ocasión a que algunos gitanos rumanos les soliciten limosna. Piden a pelo, sin ese saber manera que tenían los gitanos autóctonos.
Papo!, al menos los de casa ofrecían alguna ramita de planta aromática o echaban la buenaventura; incluso la maldición si les despedías con poca cortesía, pero es que hasta la maldición tenía un no sé qué de humanismo del que los de allá carecen completamente.

     Salamanca más abajo campan las tiendas de recuerdos, donde compro un par de toritos a ver si de una santa vez consigo completar el encierro que encabeza la comitiva de mi nacimiento abriendo camino a los Reyes Magos. Ignoro cómo –supongo que por el acento- me pregunta el dueño

- De Valladolid?.
- Sí, de Tordesillas.

       En un segundo matiza que él se ha criado entre toros y le gustan mucho, pero que eso del Toro Vega .. tanta gente a por un toro.. .. lo ha visto por la televisión!.
Admirable ignorancia!. Los compañeros de niñez debían ser toros charoleses, porque bravos, bravos …. Le invito a verlo en la Riberilla de la Josa, donde curiosa y prontamente descubres lo del cascabel y el gato, la virtualidad, la realidad, el miedo e incluso el terror, como el de ese torneante derrumbado por el estrés del combate que lívido e inmóvil, vomitaba con los ojos abiertos de par en par mirando al cielo. La guerra pura, dura y aquí, sin Pérez Revertes de pacotilla. Pero no le adoctrino; deben existir barreras y deben ir creciendo al objeto de separar definitivamente la mena de la ganga.

     A la hora del vermú te dejan acojonado: 2,3 euros un verdejo de poco pelo en copa pequeñaja y rayada y además, a la calle a fumar!.
 En fin, cosas del progreso que se olvidan conforme van llegando las seis de la tarde, arden los móviles y los del milenio nos concentramos al pie de la estatua del Viti.

    A tenor de la vestimenta de los aficionados, hay ambiente de toros serios: Poco traje, mucha camisa de mercadillo. Poco cubata, mucho revisar el año de nacimiento en el listado de toros y una conclusión a tenor de la distribución: ninguno es cinqueño (cinqueño de cinco años) excepto el sobrero Cardilisto. Dan a la báscula entre 500 y 552 kg., razonable para el encaste y como confiamos en Fernando, estamos seguros que habrá hecho lo imposible para que el género aparezca en puntas y a punto. Hemos venido a verlos, a ellos, a los toros; a verlos completos.

     Si se mira con optimismo, la plaza está mediada; ocupada la sombra con algún vacío, el sol y sombra con bastante hueco y el sol, desierto, excepto los palomares donde anida algo de la afición menos pudiente. Ojalá estuviera todo tan lleno como el callejón!; allí no caben porque es gratis.

 "¿Por qué no se vende el sol a 5 euros?. Se haría promoción y algo ingresarían". Pregunta Luis Martín Arias mirando al pavoroso cemento ardiente mientras dos sobrios correllaves abren plaza, el cartelón anuncia a Pintadito, un veterano sentencia “Hoy va a haber toros” y el aroma a faria y a mujer sube gradas arriba. Estaba a punto de cometer gravísimo delito de género al comentar con Ignacio Velasco la diferencia existente entre las mujeres taurinas allí presentes y las antitaurinas que vi en el Toro Vega, cuando los timbales pidieron concentración y silencio: comenzaba la corrida.

       Leandro es un pintor al que piden esculpir; por torería deja el pincel y toma mazo, puntero y cincel para labrar a Pintadito; bicho astuto, controlador; también milenarista, aguanta estático a la espera de algún error mientras nadie pone el cascabel al gato y la plaza silba tanta quietud.
Cita un peón. Arranca el toro. Derrota en burladero tratando de colar el asta por la tronera. No lo consigue. Entonces, dado que el burladero era bajo y el peón alto, brinca por las bardas d tratando de morderle en la cabeza!. Camino se vuelve horrorizada. El cemento devuelve ecos de gritos secos de mujer mientras el toro regresa al centro y el callejón palidece. Los lisardos están aquí para ser esculpidos. Aunque derrota a diestro y siniestro, le fallan las manos y es despachado con un puyazo; eso complica aún más las cosas porque fiereza y debilidad le mueven a girar en un palmo, mirar a los ojos y entrar buscando el menor resquicio.
     Se palpa el peligro entre el silencio de una plaza en vilo, el afán de Leandro por cumplir y los derrotes al trapo de un toro que mantiene cerrada la boca. Leandro llega dignamente al asalto final tras procurar dos derechazos estirados y cargados que la afición reconoció, pero saltar a la trinchera es otra cosa; instintivamente se sale de la suerte. Se suceden las estocadas : “Yo cuando voy a taquilla entro por derecho”. Voceó un aficionado. Todos descansamos cuando dobló el toro.

     Tenía que desquitarse como fuera ante Caladito; precioso lisardo aplaudido por la plaza, arrancaba astillas de los burladeros sin mellarse los pitones (qué cosas!) hasta que mal picado, también comenzó a blandear y se fue con una vara.
 Leandro brindó al público y trató de enmendar, pero no pisaba los terrenos al toro, desgastaba las zapatillas cambiando de posición continuamente pese a que el toro no era tan recio como su hermano, carecía de un guión coherente y  -ya nervioso- decidió estoquear mostrando el mismo defecto que en su primero. Alguno silbidos fueron la cosecha conseguida.

      Fandiño venía de misacantano, aunque arropado por la bien ganada fama de ser martillo de herejes. Miró de reojo a los tendidos esbozando una sonrisa cuando apareció Gallito, otro precioso lisardo que la plaza recibió con aplausos; creyó en el tras verle rematar en tablas y musitó un “Vaya por Dios“ cuando también se fue de manos.
Como Fandiño sabe que esta plaza es pájaro de pico fino y gusta de las varas, quiso tener un detalle dejando al toro cosa de tres metros de su línea, mientras Rafael Agudo se situaba en la suya; cosa de poco, pero menos es nada. ¿Cuándo les dejarán a lo menos en el centro?. Entonces Agudo hace una torería, mete la marcha atrás reculando al caballo hacia tablas; ya allí, gira 360º cerrando la vuelta con poderoso cite vara en alto, se arranca el toro, tira la vara, engancha y la plaza se pone en pie para aplaudir la acción y sigue aplaudiendo cuando abandona el ruedo; pero Gallito se fue sólo con una vara. Fandiño conoce la música de la tauromaquia antigua, tan cercana a la nuestra de talanquera: vencer al toro lo más galanamente posible. Vencer exige dominar el espacio de modo que el toro tenga el trapo en su visión frontal y el cuerpo del torero en la lateral; evidentemente que se puede ir al cuerpo; más, si como estos lisardos siempre andan filosofando a cual de los dos objetivos atacar e incluso ya arrancados, amagan detenerse un instante para cambiar la trayectoria: Hay que tragar.
Tragó, ciñó, condujo a media altura para no forzar al toro; templó vigilante porque se volvía en un palmo tras correr enganchado dos o tres metros; pausó los tiempos para no asfixiarle; aguanto impertérrito las miradas de catoblepas que le echaba el bicho y como veterano, estructuró la faena en tres partes; la primera, a trapo armado con la derecha; la segunda, a trapo suelto con la izquierda y la tercera, algunos pases de adorno que resultaron forzados porque el toro no permitía pinturerías, pero era el laus deo de la faena capaz de abrir la mercería.
Abrir el tanatorio pedía mucho valor y lo tuvo, entrando derecho como un cirio para cantar el réquiem con una sola estocada que le valió la oreja y al toro, generosa vuelta al ruedo.

     El siguiente, llamado Fumado, era la perla de la corrida; zaino, armadísimo en cubeto, ligero, puro nervio, aplomado por Herrera el del Escorial, levantó a la plaza con su presencia, pero también se fue con un puyazo echado a lo reglamentario sin dar ocasión a la licencia del toro anterior.
Fandiño se descalzó comenzando faena similar a la del primero, incluso más motivada; la sangre escurriéndole taleguilla abajo como al Cid por el codo, aplicó la fórmula que siempre llega a los tendidos, aunque a veces los pases queden emborronados por enganchadas y topes, y la composición de grupo algo asimétrica debido a  su grandísima muleta, similar a la manta de un filisteo.
Lo más selecto fue una tanda de tres naturales donde el toro no quería, Fandiño tiraba del trapo suavemente volcado a dos dedos del animal, y al fin, pasaba tras acatar el mando y la dirección hacia donde cargaba la suerte. Limpios, armonizando la ecuación de movimiento de trapo y toro en medio de la tormenta, clavado a la tierra, puso a los tendidos de pie.
¿Sólo dos naturales y tanto escándalo?. Sí, porque eran naturales de los “de esta no sale”, no eran naturales de “vamos a por los cuarenta”.
La estocada -igual que al anterior- remató la faena de dos orejas mientras se daba al toro –exageradamente- la vuelta al ruedo e incluso saludaba el mayoral vestido con un horrible traje cordobés. ¿Cuándo los mayorales charros vestirán el elegantísimo traje charro?.

 Fandiño había triunfado ante toros que si no hubieran flaqueado de manos, los milenaristas diríamos que ya está llegando el Mesías torero.

       David Mora busca –como Fandiño- encabezar el pelotón de los matadores, o sea, de los que matan toros lucidamente (recalquemos lo de toros), que son bastante más que meros toreros. Visto Fandiño, estaba obligado a dar cuatro mamporrazos en el coso para decir al público que allí había otro a lo menos igual. Recurso: toreo vistoso de capote flexionando como los yoguistas, inclinando la cabeza y cargando.
Mora maneja el capote y le da resultado, llevando los aplausos de la plaza. Quiere más, por eso abrevia en varas y vuelve, ahora por gaoneras, pero Nicotino no admite bromas; en cuanto ve bulto, se ciñe, lo que obliga a Mora a encoger la barriga para evitar la cornada. Tal contorsión desluce la suerte y a la tercera, renuncia Mora. Pese a su problema en las manos, ha podido el toro y además ha aprendido lo bastante como para hacérselas pasar negras a los banderilleros.
Comenzó la faena recibiendo gañafón de los que matan en medio de un silencio sepulcral, pues aunque el toro no podía, quería.
Mora pausó los tiempos dando el descanso capaz de avivar al bicho, regresando muy valiente a trazar sus derechazos y a aguantar –como los demás- miradas, semiparadas y entradas en “S”. Como estuvo cerca y posee buena técnica, sacó leche de un botijo feroz rompiéndole de una sola estocada y llevándose la oreja.

     Cerró plaza con Pintadito 1, el toro rey de las coladas que se fue con un amago de vara por quererle Mora completo y dudar de sus manos. Sobrio, elegante, aplomado, sufrió cuatro coladas de cogida sin perder ni los papeles ni el terreno, aprovechando además la menor ocasión para trazar muletazo muy apreciado por una afición en tensión permanente que supo valorar el alarde técnico y la estocada con que remató. Logró una oreja.

Conclusión de telegrama. Dos matadores de tronío y vergüenza, capacitados y estetas. Una de las mejores ganaderías del momento en cuanto a comportamiento, trapío y seriedad, pero que presentó el problema de fallo en las manos. La tauromaquia intemporal que te mantiene en silencio, en  vilo y de parte del torero, esa tauromaquia donde gritan las mujeres; y los hombres, aunque a éstos no se les escuche.

No vimos al Mesías pero sí el calcañal del Precursor. 46 euros bien gastados y ahuchando para ir a ver a los adelaidos de la próxima campaña allá donde se lidien.

    

Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)