Tras
el turbio encierro del domingo se esperaba tener más éxito la
mañanada del Lunes de la Peña, que comenzó con un bravo Toro del
Alba.
A tan tempranas horas no estaban los cuerpos para muchas torerías,
excepción hecha del veterano Gaspar Barrocal quien no desaprovechó
la ocasión para cortar a unos metros de la boca del cajón; no
obstante, se pudo disfrutar de las ocurrencias de los atalancados,
como la de encelar al toro con un tigre de peluche ganado sabrá Dios
en qué tómbola o el espanto a golpe de cayada contra tablas.
Tras el
café de rigor, la afición que no había ido al apartado del Zapardiel
bajó al Cristo esperando ver esa nube difusa de polvo que anuncia la
proximidad del encierro y acabó viéndola. A eso de las diez menos
diez, el encierro se hallaba detenido en el Campo de Tiro, listo
para avanzar doscientos metros y dar el arreón.
Faltando
tres minutos, el encierro reinició la marcha adoptando un tímido
despliegue donde la voz cantante quedaba en manos de una parada de
cabestros poco diestra, que de inmediato comenzó a dudar mirando
sospechosamente a la Riberilla de la Josa donde ayer se
emboscó un toro; como los jinetes que hacían el flanqueo por la
izquierda ni taparon a cuerpo esa salida, ni tiraron de vara, todo
el encierro se sumergió en la Riberilla y finalizó desperdigado tras
idas y venidas por el majuelo de la Josa .
De nuevo
se había fracasado, hoy posiblemente a causa tanto de la cabestrería
como de la poco afortunada intervención de la caballería y de nuevo
fue forzoso resolver desencajonando en el puente tres toros ante el
enfado de la afición, que no está habituada a ver venirse abajo dos
encierros seguidos: Mañana será.