Texto : J. Ramón Muelas
Foto : Jose Carpita
No hará falta avisar a los lectores de esta página que correr los toros no es un juego, ni es un deporte, ni es un espectáculo, ni es ninguna fiesta, sino una ceremonia en la que sólo por acudir, se participa y se acepta correr un riesgo a cargo de recoger satisfacciones. Ese riesgo ungido con rasgos ceremoniales y esas satisfacciones casi primigenias -individuales y de grupo- son los caracteres que hacen diferente al toro corrido popular de cualquier actividad lúdica, corrida de toros incluida; desde el que se parapeta tras la talanquera hasta el que se planta en el erial o se aposta tras la esquina, ha de ser consciente de dónde está y tener por muy cierto que la probabilidad de sufrir accidente, la "cogida", es evaluable, es la praxis del etéreo riesgo. La campaña pasada fue dura en este aspecto, aunque a tenor de la numerosísima afición participante pudo ser peor; de hecho, los accidentes más relevantes fueron sufridos por aficionados prácticos, incluso maestros como Jose Carpita o Adolfo Arranz pagaron el precio de tantas satisfacciones recibidas frente al toro. Numerosas fotos obran en archivo sin publicar, bien porque pudieran afectar a la estima del accidentado, bien por no alimentar morbosidades, bien por considerar la cogida como lo que es : un accidente y no la parte más relevante del acto taurino. Hoy recurrimos a algunas para conjeturar sobre cómo obrar en tan duro trance. Surge el accidente; todo sucede veloz y lento : ¿Qué hacer si se conserva la consciencia?. La receta clásica es : pegarse al suelo bocabajo, cubrir cabeza y cara con los brazos, permanecer inmóvil y .... encomendarse a Dios. ¿Funciona?. A veces, en una plaza de toros, espacio muy controlado, limitado, con piso de arena, ganado ya mermado por puya y banderillas que raramente supera los cinco años y capotes a 20 metros, el socorro está pronto y cerca y el toro no tiene esa precisión de cuando está entero. Pero el escenario multivariable donde se desarrolla el toro popular es muy diferente y en consecuencia, el riesgo. Por ejemplo, si el toro hace presa en campo abierto, no la suelta con facilidad por más que intervenga la caballería; sólo una "vara larga" y bien echada a la penca podría estorbarle, pero las garrochas actuales son juguetes, no armas y en consecuencia si el accidentado queda inerme y el toro es de edad o con cuerna engatillada o veleta y clava más que empuja de poco valdrá hacer el Tancredo porque al punto se hallará el desafortunado volando por los aires si tiene la suerte de no quedar enclavado y en cuanto vuelas, pierdes el control del espacio con lo cual, ni sabes donde estás, ni –lo que es peor- dónde está el toro. Tratando este asunto con el Maestro de Lanza D. Gerardo Abril, era de la opinión que en el caso expuesto, lo más apropiado es pelear con el toro; como suena; lanzar puñetazos a ojos y fosas nasales. Alcanzado por el Toro de la Vega en pleno arenal el año 2.001, recibió 7 cornadas en apenas un minuto mientras peleaba -literalmente- con la bestia; piensa que si no hubiera luchado, el toro le habría exterminado porque al no distraerle nada, habría podido aplicar la embestida con total precisión. ¿Es posible limitar la precisión de un cinqueño largo, entero, en su terreno y sin afeitar?. No excesivamente, pero mejor parece combatirle que dejarle hacer. La Tancredo-receta parece más apropiada de usar en las calles, donde atalancados, cortadores, corredores y toreros de fortuna pueden echar una mano con sus cites, voces y sobre todo, coleando. El tomar al toro del rabo varios participantes, tirando lateralmente en sentido opuesto hacia donde embiste y, además, torsionando mientras otros le citan a la cara y arrojan cualquier prenda u objeto capaz de distraerle o perturbarle, puede permitir liberar al accidentado. Pero estas operaciones con un cinqueño en plenitud no son tan fáciles de ejecutar, aunque el tipo de suelo –sobre todo adoquín- por una parte ayude limitando la seguridad del toro en sus movimientos y por otra pueda resultar nefasto para el accidentado. También es de resaltar el riesgo que correrán los coleadores, pues repito, no ha intervenido ninguna puya que limite el movimiento rápido, preciso y contundente el cuello del toro. Los accidentes en las plazas se diferencian de los que puede sufrir la gente de montera únicamente en la entereza del toro, ya que, al menos sobre el papel, la dirección de lidia tendrá previsto algún capote y podrá colearse. ¿Conviene quedarse quieto en este caso?. La respuesta parece ser sí y la razón es que pegándose al suelo se minimiza la superficie ofrecida al toro; incluso, si las cosas no van demasiado rápidas, debe procurar el accidentado alinear el eje mayor de su cuerpo con la dirección de embestida. No obstante, la edad del toro será decisiva, ya que si es un eral, tenderá a empujar, pero si es un cuatreño, tenderá a puntear. Dos ejemplos : Comenzando la temporada en Valdemorillo fue cogido un cortador, se fundió con el suelo protegiéndose las partes más vulnerables, se alineó con el toro y los daños sufridos frente a un utrero de pobre cuerna y mucha sabiduría, no fueron de consideración. En Cuéllar, por verdadera mala fortuna resultó cogido el torilero mientras cerraba puertas; trató en vano de evadirse; se asió al cuatreño; ni el pitón rompía el pantalón, ni él soltaba al toro, ni el coleo surtía efecto al no torsionar ni traccionar lateralmente, ni era posible una alineación; a ello se sumaba el hecho de estar el toro en querencia, lo que complicaba las cosas aún más. En estas acciones ofreció al toro varias veces áreas importantes de su cuerpo, resultando herido de gravedad. Otras variantes del toro popular, como los enmaromados piden consideración propia debido a sus particularidades; aquí son muy numerosos los aficionados que siguen la retaguardia del toro fiados en que la maroma será freno bastante si el toro vuelve, casi siempre es así pero hay veces en que domina el toro y entonces, retrocediendo descompuestamente la primera línea de aficionados, arrolla a las siguientes, cayendo todos en confusión y lo que suele resultar peor, azorándose. Contusiones y magulladuras están garantizadas pero el verdadero riesgo nace cuando alguno queda entre una pared y la maroma que tensa para evitar la embestida del toro sobre los aficionados caídos. Parece recomendable cuidarse de salir por encima o por debajo del espacio entre pared y maroma más que del toro. Reaccionar según pida la coyuntura exige razonar y en tales circunstancias se obra más con la intuición que con la razón; quien ha parado en poder del toro jamás olvida ese fúnebre resoplido que lanza en silencio cuando ataca y que suena a lienzo rasgado, ni esos ojos como bolas rosas, convergentes, sin pupila y tan fríos, que al cabo del tiempo es el único resto vivo de la cogida, grabado a fuego en consciente y subconsciente. Traumatismos, contusiones, incluso desgarros y heridas de momento no duelen y aunque luego ardan y duren largos días –o años- y más largas noches de hospital, suelen dejar secuelas asumibles; pero los ojos y el resoplido, enseñas de esa gran fuerza destructora que es el toro, afectan mucho más adentro, pudiendo llegar a facturar en el accidentado un complejo de inferioridad capaz de moverle a abandonar la calle; aparecerán en algún mal sueño con tanto realismo como para temer volver a dormir y le ratificará a esta ceremonia como la más dura y por eso la más eficiente de las diseñadas por nuestra Cultura. Comienza la temporada 2.007 y mueven toros por Valdemorillo y Ciudad Rodrigo. Ya estamos danzando miles de aficionados en busca de la plenitud que sólo puede procurarnos un lance; no sabemos ni dónde, ni cuándo, ni cómo sucederá, pero el precio será asumir un riesgo, mayor o menor, y hacerlo conscientemente; en la calle o por el campo, desde el caballo o la talanquera o el más alto balcón, como gentes libres y coherentes con un modo de entender la vida. Si buscando esa plena satisfacción llega el accidente.......... , en palabras de Ribadeneyra : será que "convenía a nuestro servicio". |
Patronato del Toro de la Vega. Tordesillas (Valladolid)